1928 – 1970

 

De sorpresa en sorpresa

 

Eduardo Robledo ha significado valiosos aportes para la selección.

 

Si hay algo difícil en el campo de la crítica deportiva, es que los juicios posteriores a un encuentro coincidan. Semana a semana estamos viendo como los diversos comentaristas enfocan los cotejos desde ángulos distintos y esgrimen sus opiniones íntimamente convencidos de que están en lo cierto. Cada cual cree tener la razón y todos y cada uno alianzan sus pareceres con argumentos que no siempre se pueden desbaratar. De ahí que resulte curioso y, mas que eso, singular lo sucedido el lunes con ocasión del revés chileno frente a los temibles guaraníes. Al analizar la actuación personal de los hombres, todos, absolutamente todos los críticos elaboraron la misma escalerilla de meritos en torno al cuadro nacional: Sergio Livingstone, Eduardo Robledo e Isaac Carrasco. La misma nomina y el mismo orden. Acuerdo perfectamente lógico si se toma en cuenta que los tres fueron los únicos que mantuvieron  a lo largo de toda la lucha un rendimiento normal de eficiencia, pero hasta cierto punto extraño, por lo difícil que es aunar opiniones después de un resultado.

 

De Livingstone ya hemos hablado mucho y se sigue hablando en otras páginas de este número. Grata  a su vez la actuación de Isaac Carrasco, ya que el bravo marinero se condujo con un temple y amor propio que lo hizo  escapar a todo comentario adverso. Pero es evidente que la faena individual que ofrece las aristas mas salientes es la de Eduardo Robledo. Viéndolo el domingo, se nos vino a la mente el recuerdo de su debut y sus primeros pasos en el fútbol nuestro. Flojo, inconsistente, agobiado. Demasiado ingenio para hacer frente a los gambeteadotes y muy poco dúctil para una plaza tan compleja como es la de medio zaguero. Se le llamó el hermano de Jorge. Otros le decían el Robledo chico. Algunos, simplemente Ted. Pocas veces se habían concedido tantas facilidades a un elemento recién llegado. A ningún otro se le esperó tanto. Como si en el ánimo de dirigentes y aficionados existiera una esperanza secreta y el íntimo convencimiento de que un hombre que venia de militar en un conjunto inglés de primera división tenía que guardar más de algo. Y felizmente fue así. Porque lo que guardaba Eduardo Robledo no lo hubiese podido predecir nadie, absolutamente nadie. Aun aquellos que por convicción o sugestión siempre creyeron en el.

 

Que diferencia entre aquel half desaliñado y aparentemente débil con el que hemos visto ahora defendiendo la roja casaquilla nacional. Notable en su encontrón con los forwards de Mariscal Sucre: acertado y eficiente en Asunción y heroico casi en el Estadio Nacional, cuando llegó el momento de impedir el naufragio total en una defensa que cada vez hacia más agua. Puede decirse que con Eduardo Robledo hemos ido de sorpresa en sorpresa, porque si en Colo Colo terminó por imponerse y convencer a profanos y entendidos, al integrar la selección superó toda expectativa. Ya en Paraguay se le vio luchar con renovada pujando por evitar lo que era inevitable, pero el domingo mostró además una serie de perfiles muy interesantes en torno a su personalidad futbolística. Desde luego,  posee un físico privilegiado. Se le sabe fatigado y cansado por la intensa campaña cumplida y los estragos que causó en su salud el brusco cambio de Londres a Santiago, pero hay en su organismo un fondo de reservas prodigioso, que le ha permitido no solo responder con creces a su designación de internacional sino que destacar con nítidos caracteres en la buena y en la mala. Eduardo Robledo es un engranaje valiosos cuando el cuadro marcha bien, pero está comprobado que su rendimiento alcanza el mismo coeficiente cuando las cosas no salen de la misma manera. Por eso, exhausto, pero no abatido, se le vio llegar siempre a la pelota con posibilidades y enhebrar avances que solo podían salir de sus pues. Defendió, atacó y hasta lanzó el arco sin importarle el score ni el reloj en fehaciente y amable demostración de que en sus venas bulle autentica sangre chilena. Enhiesto, indómito y con el pelo desgreñado. Eduardo Robledo nos ha mostrado en estas importantes confrontaciones recientes que así como su hermano tiene mucho de George y poco de Jorge, sanguineamente hablando, el tiene muy poco de Ted y mucho de Eduardo.

Y no deja de ser curiosa la figura de Eduardo Robledo, que como se sabe, ha sido criado y formado en Inglaterra. Nadie lo creería, viéndolo actuar, por su físico, por su estilo algo rustico, por la fiereza con que lucha, por su temperamento indómito, por su cabello suelto y su rostro de chileno. Chileno por los cuatro costados. En todo tiene matices sudamericanos, y lo sajón no le aparece por ninguna parte.

 

Eduardo Robledo, con sus últimas actuaciones en defensa de la casaca nacional, no solo se ha consagrado, sino que también ha conquistado toda la admiración y el afecto de sus compatriotas.

 

Tomada de la revista Estadio

27 de Febrero 1954, Nº 563, página 25.