En la reciente elección presidencial, el autor de la novela “Muriendo por la dulce Patria mía” que narra la vida y obra de Arturo Godoy, planteaba, en términos éticos, el tema de la “construcción” del curriculum vitae, aludiendo al carácter de profesor titular que decía tener Sebastián Piñera en una universidad de Estados Unidos, Harvard, para ser más preciso.
Antes que Roberto Castillo, así se llama el escritor, Patricio Navia, había puesto en duda la categoría de “Candidato” que muchos se ponen cuando cursan estudios de doctorado o de maestría. Planteaba en términos generales, el siguiente dilema, se es o no se es, doctor. Estamos llenos de tarjetas de presentación con el nombre del fulano o de la fulana con el Master (c) o el Doctor (c). Este analista político cita el caso del Ministro de Hacienda que se presenta como (c) a Doctor. Esa letra en minúscula llama al engaño. Nadie se pregunta cuanto dura la tercera letra del alfabeto y cuando desaparecerá para dejar el grado tal como debe estar. Conozco a más de uno que incluyó la letra “c”, provisoria, en algo permanente. “Murió siendo candidato” comentaba el humor académico.
Algo parecido pasa con la situación del egresado. Es decir, de aquel sujeto que cumplió con todos los cursos, pero que aún le falta la tesis de grado. En rigor, un egresado es un alguien con estudios incompletos. Alguien que aún carece de las competencias mínimas que lo habiliten como portador de un grado o título.
Esto ocurre en Chile en casi todas las profesiones. Digo casi, ya que en medicina es difícil que alguien ejerza sin haber cumplido con todos los mecanismos formales. Igual cosa, creo que sucede, con los abogados. En ambos casos, a quien se le ocurriera operar o litigar, sería acusado de “ejercicio ilegal de la profesión”. En la sociología, o en el periodismo no ocurre lo mismo.
Son muy pocos los que se presentan como egresados de tal o cual profesión. Simplemente dicen que lo son. Y con ello faltan a la ética. Se homologan, con trampas claro está, a aquel que ha terminado con sus estudios, que ha escrito una tesis, que la ha corregido mil veces, que la ha defendido frente a un comisión, etc.
Lamentablemente, no se tienen los instrumentos para poner fin a esto. No me imagino a un articulista de algún periódico enviando una carta al Director, solicitando que la información sobre su profesión, que aparece bajo su nombre, no es cierta. Existían los colegios profesionales que tenían comité de ética que regulaban y sancionaban a todo aquel que usufructuaba de algo que no lo era propio. Al no existir, ese tipo de control, sólo queda la honestidad de cada uno.
Los que hemos terminado nuestros estudios, los que dirigimos tesis y les exigimos a nuestros estudiantes, no podemos callar frente a aquellos que hacen ostentación de algo que no les pertenece.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 26 de febrero de 2006. A-9