“Se me ha muerto como del rayo, Germán Barrios a quien tanto quería”. Copio a Miguel Hernández a propósito de la muerte de su amigo Ramón Sijés. Al Tony, ese el nombre que la Plaza Arica le puso. Lo quise como a un hermano de una familia que tal vez sólo exista en los recuerdos. No siempre lo veía, pero él fue el último referente de un barrio que vivía gracias a su presencia. Los que retornábamos a la Gibraltar, para saludar a los nuestros, la presencia de este hombre/niño,  era el cable a tierra que nos recordaba de sopetón nuestras raíces.

Siempre dije que al morir el Tony moriría nuestro barrio. Dueño de un sentido del humor capaz de sintetizar en un apodo, las miserias y grandezas de cualquier vecino, animó los últimos treinta años de San Martín con Arturo Fernández,  con sus tallas certeras, sobrenombres precisos propietario de una humildad innata. Oriundo del Matadero, optó por Plaza Arica donde Marino Castro, en noches de otoño revivía su pelea con el Tani. Aquí -escribo con el corazón puesto en la esquina- del compañero de las tardes/noches de ese Iquique ingenuo, pero bondadoso, que recorría las calles sin pavimento a pata pelá, observando al prójimo, presto para colgarle el apodo que llevaría toda su vida como segunda piel. Junto al Mincho y a la Oveja, nos dieron lecciones de observación meticulosa de la psicología arrabalera. El Tony fue un maestro.

Tres veces campeón de Chile, aunque sólo haya sido en la ficción, el Tony narraba combates extraordinarios sobre el cuadrilátero de la Casa del Deportista, esa que quedaba en Tarapacá. El ganaba todas.  Fue tan potente el knock out, que le propinó al rival,   que el referee que bien pudo haber sido Jorge Gárate, seguía contando, ciento uno, ciento dos, ciento tres. Así era Germán Barríos, un exagerado.

Cuando todos o casi todos nos fuimos, hablo de los Vodnizza, los Castro, los Cartagena, los Saavedra, los Gaete,  los Silva, los Olavarría y un largo etcétera, lo dejamos,  sin decirle nada, como el cuidador de aquellas escenografía donde aprendimos a vivir la vida simple: desde ir a pescar al muelle de el Colorado, jugar a la cowboy  en el cementerio, ir a buscar cachos al Matadero o peregrinar a la cancha de la Siberia a jugar un partido de fútbol eterno. “Te dejamos la Plaza encargada” le dijimos y nos fuimos a otros barrios, aunque nuestro corazón  quedó hipotecado.

Su último apodo fue “el Alcalde de la Plaza Arica”. Controlaba con su mirada el vasto acontecer de ese paisaje popular cada vez menos familiar. Pero, la vida lo venció. Hablaba constantemente de nuestros muertos más queridos, del pelao Ahumada y de Juan Vodnizza, como anunciando que la muerte le tenía señalada una cita con esos dos plazariqueños. Germán Barrios ha muerto, pero ha nacido la leyenda del Tony.