Tiene la mirada perdida en no sé qué mundo. Se viste – a pesar de sus años- como colegial de enseñanza media y transita por las calles de Iquique como perro vagabundo, o sea sin destino cierto.

Lo he visto como peregrino en la Plaza Arica en La Tirana Chica. Agita la lanza invisible que lo transforma en Piel Roja de la Virgen del Carmen. El sonido del bombo erotiza su cuerpo vestido de liceano. Sus pasos cortos parecen llamar a los dioses de la lluvia o a la Pachamama o de la lucidez que es lo mismo.

Se instala al lado de la casa Bata. Sobre sus pies pone una vieja caja de zapatos. Enciende el personal stereo y baila solo. Sus ojos giran ocultos en gruesos vidrios con marcos antiguos que los rotarios o los leones le habrán obsequiado.

Nadie sabe que baila, pero su cuerpo delata la sinfonía de la inocencia. Se llama Manuel Murquio.

Publicado en Del Chumbeque a la Zofri. Los aromas de nuestra identidad cultural. Tomo III

Centro de Investigación de la Realidad del Norte. Crear. Iquique, Chile, 1999, páginas 200-201