Una vez anexada la ciudad a la soberanía nacional, el Estado chileno se dio a la tarea de dotar de una nueva identidad a estas tierras. A través de la escuela, el servicio militar obligatorio, la prensa y otros dispositivos, se insertó paulatinamente en la subjetividad de cada de los habitantes del norte grande, sus símbolos más preciados: los colores patrios, el escudo, la canción nacional, el desfile, etc. Pero no se crea que todo esto fue obra solamente de esos funcionarios públicos. Es también necesario destacar el rol que le cupo a la sociedad civil. La familia, el club deportivo, el baile religioso ayudó también a introducir en el imaginario regional las nuevas ideas y la nueva historia. Pero a diferencia, de los agentes del Estado, estas instituciones no sólo produjeron identidad nacional, sino que también identidad regional. Y ese es un dato no menor. La escuela chilenizaba a través de la palabra escrita mientras que la familia, el club deportivo y el baile religioso, lo hacía desde la palabra hablada. Una anécdota. En ciertos hogares iquiqueños, cuando se castigaba a un niño, se le ponía una curupucho, se le aparta a un rincón, y un letrero que decía “Peruano”. Las calles empezaron a cambiar de nombres, los clubes deportivos con el nombre de “Tacna” desaparecieron o bien trocaron por nombres como “Chilenito”. El baile Chino venido de Andacollo, escoltó a la virgen del Carmen con dos banderas chilenas.
El 1910, fecha del Centenario, se puede ver, en el caso de Iquique y del Norte Grande en general, como la segunda fundación nacionalista. Se levanta el busto a Prat en la Avenida Balmaceda como expresión de gracias al padre de la patria del norte grande chileno. Otras obras seguirán la misma lógica. No hay, eso si, obras en el ambiente de la cultura como lo hubo en Santiago. Y no es porque no habían dineros, sino por falta de voluntad. Tal cual ahora. No hay museo de Bellas Artes ni nada que se le parezca.
El tema de hoy es como nos encadenamos de un modo activo a las celebraciones del Bicentenario. La memoria nacionalista que cuenta con todos los recursos posibles, tanto del Estado como de las mineras, no han escatimado recursos para recordar nuestra lealtad a la patria. No sucede, lo mismo, por ejemplo, con los cien años del 21 de diciembre de 1907. La escuela Santa María sigue esperando una nueva ofrenda.
El paisaje local no se verá beneficiado con nuevas obras, ni muchos menos. El teatro Municipal seguirá con sus puertas a medio abrir, el Astoreca ahí no más, y las ruinas del Palacio Mújica serán solo eso: ruinas.
El bicentenario es una buena ocasión para reflexionar sobre los que fuimos, somos y seremos. Una ocasión para rediscutir nuestras relaciones con el centro. Nadie puede cuestionar nuestra lealtad a la nación, pero nadie puede tampoco negar nuestra identidad regional. La escuela y el barrio, ambas productoras de identidad, a veces se dan la mano, en otras no. En La Tirana, por ejemplo, somos chilenos y andinos a la vez.