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Hace ya más de un mes, en el Aula Magna de la Universidad Arturo Prat se presentó Osvaldo Torres. Cerca de 500 personas de todas las latitudes, de clases, género y edad acudieron al llamado del Señor Quirquincho. Uno de los fundadores del Illapu, autor de la cantata de los detenidos desaparecidos (interpretada por Isabel Aldunate), creador además “El Grito de la Raza” (estrenada en Santiago el año 1979 y solamente editado en CD el 2002), estuvo el año 1978 en Iquique, en la iglesia del campanario, junto a Isabel Aldunate, cantando aquellas canciones que bien podrían haber sido un motivo para la cárcel o el exilio. El año 1982 se presentó en la iglesia San José interpretando, entre muchas canciones, el poema de José María Argüedas, “El sueño del Pongo”.
Eran los años del CREAR, del CPS, de la Pastoral de la Iglesia Católica. Eran otros tiempos.

Tuvo un exilio voluntario en Francia. Pero, desde allí no ha dejado de pensar en los aymaras y en los otros pueblos de este continente. Hablar de Osvaldo Torres, es referirse a una forma de entender el mundo andino, haciendo mención a la tradición oral. Osvaldo, no sólo recopila, sino que también recrea. Ha sabido auscultar muy bien el sustrato mitológico de esta cultura. Tarea, por cierto, nada de fácil. Temas como el Señor Quirquincho que relata el amorío entre este armadillo y la Jacinta, y de cómo por celos de su pretendiente, se transforma en charango, nos permite por lo menos avizorar, como se estructura la cosmovisión de este pueblo.

El pensamiento mitológico, nos enseña, Mircea Eliade, le da vida y emoción a cosas y objetos que para la mentalidad moderna no lo tiene. De allí que un Quirquincho pueda enamorarse de una mujer y ser correspondido. De igual manera, es posible entender el drama del indio que muere de amor, porque la paloma que lleva su mensaje, se enreda en unos carnavales, se emborracha y pierde la carta que tenía como destinatario a su amada. “las cosas tienen vida, sólo es cuestión de despertarle el ánima” decía Ursula Iguarán en “Cien Años de Soledad”.

Al abandonar el Illapu, Osvaldo Torres, sabía muy bien lo que tenía que hacer. Lo suyo tenía -y tiene que ver- con el compromiso de recuperar y poner en valor, por la vía de la canción, la riqueza de la tradición oral. Tal como lo dijo esa noche, él no es investigador folklórico ni nada que se le parezca. Pero tampoco es vocero oficial -eso lo digo yo-.

La cultura aymara, como toda cultura, es dinámica y no está exenta de paradojas y de contradicciones. Crear sobre la base de la tradición oral es robustecerla. En un mundo globalizado, el CD como el quipu, son potente instrumentos para dignificar una forma de vida que ha sabido adaptarse a los tiempos. Gracias Osvaldo Torres. Gracias señor Quirquincho.