Luis Aguilera tenía un programa de radio. Me invitaba cada cierto tiempo a hablar de cultura  y de Iquique, que no son precisamente sinónimos. Habla rápido como si las vocales lo persiguieran. Iván (Vera Pinto)  me habló del arte de los retablos que Luis domina. Aparte de artista  también es peregrino que viene a ser casi lo mismo.  Su fe la exalta en el baile chino, un baile con fe e identidad a toda prueba. Pero volvamos a los retablos. Son fachadas de Iquique que tiene por misión recordarnos que somos poseedores de una arquitectura especial y propia. Estos artefactos que Luis hace, son una especie de ayuda memoria en una ciudad que a veces hace gala de la des-memoria. Son retablos como los grafitis que los hombres (y mujeres)  que habitaron estas tierras cientos de años atrás, trazaron sobre el dorso de las quebradas y del desierto.

El arte de Luis Aguilera está en el Palacio Astoreca. En su segundo piso, las réplicas de la iglesia del Buen Pastor, la casa donde alguna vez funcionó la Universidad del Norte y que hoy ocupa una compañía minera, son entre otros, la muestra que nos demuestra que  el patrimonio es una palabra que no es el opuesto al matrimonio, que señala nuestra continuidad histórica  como pueblo que supo habitar un territorio singular, como épico.

Los retablos de este peregrino, humilde y prolijo que viene a ser casi lo mismo, constituye acaso el almacén, uno más, donde  podemos acudir para acordarnos como éramos cuando la madera era solemne y nuestros antepasados, no sólo se reconocían en el alma del pino oregón, sino que también la querían. Es que esa madera fue por mucho tiempo nuestro espejo que nos devolvía el rostro tal cual era; fue nuestra barca y nuestra piel, nuestra vocación y nuestro principal emblema de identidad. Los iquiqueños no sólo somos caliche, somos también madera. Advis, el Pato, acierta una vez más cuando dice “Iquique, puerto de madera”.

Luis Aguilera, casi como un niño, casi como los viejos relojeros, casi como un alquimista de la madera, penetra en los secretos ésta, para luego con su devoción (toda devoción es religiosa), modelar los balaustres, abrir y cerrar las puertas y ventanas  donde los viejos iquiqueños/chinos/croatas/sirios/griegos/italianos/ingleses/españoles/alemanes/etc, entraban y salían como Pedro por su casa.

Los retablos,  son oraciones de maderas que claman  ser pronunciadas por labios   del patrimonio. Metáforas, o sea pequeños poemas de ese gran poema o de esa gran metáfora que es Iquique, o sea la belleza del mar y del desierto que cabe – o cabía-  en el pino oregon.

Hay que ir al Astoreca, para vernos en esos espejos de madera que nos devolverá ese rostro que los iquiqueños echamos tanto de menos. Porque la imagen   que los espejos de hoy nos devuelve,  son de otra laya.  Hoy somos más aluminio y hormigón armado que pino oregon. volver a Indice de temas: BAZAR