Hace un par de semanas atrás en las Cartas al Director de este periódico,  dos instituciones locales respondían a la queja de un ciudadano, en torno a los ruidos molestos que producían tanto los bailes religiosos como las bandas pre-militares. No es el ánimo reiterar juicios, sino más bien tratar de entender el porqué de esas manifestaciones culturales. Además, la queja  de este señor, no es nada nuevo. Cada cierto tiempo, se hacen sentir voces que aludiendo al espíritu  civilizador reclaman contra lo que estiman pre-moderno.

Podemos afirmar que Iquique se caracteriza por la presencia de sendos discursos musicales que engarzan con tradiciones culturales diferentes, pero que se conectan entre sí.

Para entender la actualidad de las manifestaciones religiosas que se articulan en los bailes en cada barrio popular de Iquique, hay que remitirse necesariamente a la fe y devoción que se centra en la Virgen del  Carmen. La fiesta en su honor, cada 16 de julio, no es más que la culminación de meses de ensayos, de cuidadosa planificación y sobre todo de una ética comunitaria que da cuenta del espesor religioso que se anida en los sectores más humildes de la población. Sabemos, las clases pudientes, los ricos, no le bailan a la Virgen. La importancia del culto mariano, para nuestra sociedad regional es algo que no necesita reiterarse. La música que le acompaña, nos habla de un espíritu festivo y ritual que ha logrado crecer en medio de una sociedad cada vez más individualista.

Por otro lado, para entender el fenómeno de las bandas militares, no hay que olvidar algo que parece obvio: Iquique al igual que todo el norte grande, es una territorio de ocupación. Como tal, está afecto a la chilenización por parte de Santiago.  La capital nos recuerda, cada vez que puede, que la soberanía en estas zonas no está del todo consolidada.

La presencia de un discurso militar, que se expresa en las bandas, corresponde a la idea de un Ejército que necesita recordarnos cada cierto tiempo, que pertenecemos a la nacionalidad chilena. La marcialidad con la que se ejecutan estas marchas tiene que ver con la idea de unas fuerzas armadas victoriosas. Corresponden en un sentido, a la de un Ejército de ocupación, que sabe que la idea de la chilenidad, en estos paisajes, no se vive ni se siente, como lo hace un talquino o un chillanejo.

No obstante, lo anterior, ambos discursos musicales que engloban dos cultos, a la Virgen y a la Patria, son absolutamente concordantes entre sí. No en vano, la China, es la patrona del Ejército chileno; no en vano, los peregrinos son tan chilenos como los sureños, aunque sus rostros y sus costumbres religiosas, los remitan más a la tradición andina  que a la metropolitana.  Son los mismos jóvenes que ejecutan el culto a Prat y a la Virgen del Carmen; son los mismos instrumentos que se rinden ante el poder sagrado de esas dos entidades.

En definitiva, el cruce de estos discursos religiosos y musicales, dan cuenta del perfil de una ciudad andina, desde el punto de vista religioso popular, y de un puerto ocupado, que necesita reafirmar su nueva nacionalidad. Aunque ya lo sabemos: somos chilenos, pero a nuestra manera.