Conocí a Ernesto Pérez Fuentes en la vieja casona de Baquedano con Gorostiaga, la sede del Partido Socialista de Chile. Una larga escalera nos llevaba al segundo piso. A la izquierda se llegaba a la FJS (él que sabe, sabe), que luego por economía de lenguaje se transformó en JS. No tenía bigotes, pero algo anunciaba que con el paso de los años lo iba a tener. Era de hablar rápido, como si el tiempo apremiara. Pero sus ojos tenían una gramática y una semántica que lo dejaba claro. Muchos y muchas soñábamos con una patria mejor y de color rojo. El Che nos iluminaba. Y con el nombre de Elmo Catalán nos lanzábamos a la calles a rayar las consignas de la patria socialista. Un día de septiembre, un 11 del año 73, los sueños naufragaron. Ernesto Pérez Fuentes y a tantos otros y otras, se los llevaron a Pisagua. Su delito, desear una patria más justa y socialista para ser más preciso. Muchos años después lo volví a encontrar de la mano, hombro con hombro, con la Myrta. Nos veíamos de tarde en tarde. Nos compañereamos todas las veces que nos vimos. Hasta que hoy la noticia de su muerte nos sorprendió. Me quedo con esa imagen liceana y socialista de los años 70.