La Tirana, tal vez sin saberlo, nos recuerda con su ausencia, la comunión de los cuerpos. Ni el más pesimista pensó alguna vez que la fiesta iba a seguir suspendida. Van ya dos años. Dos largos años en que se nos ha cercenado una festividad que creíamos instalada como el cerro San Juan lugar de inspiración de Eugenio Challapa, como la matraca de Oscar Cáceres y la reciente pérdida para los Barahona.

La Tirana tiene un espíritu que desafía todo pronóstico. En los años 70 se anunciaba el fin de la religión y en el 2000 lo mismo, pero por obra y gracia de la globalización. Hoy por la pandemia. El año pasado fue la prueba de fuego. No se hizo en el pueblo, pero si en el pueblo grande en Iquique y en otras localidades. Las casas se adornaron con las imágenes y colores de la china. Al alba se cantó el “Viva ya” y el cielo se llenó de colores. Los danzantes hacían sonar sus matracas y los músicos sus instrumentos. Los 70 kilómetros  que nos distanciaban del templo de La Tirana se borraron de un plumazo.

La base de sustentación del marianismo está en la ciudad y en los barrios populares. Cavancha, El Morro, el Colorado, Plaza Arica, San Carlos, Jorge Inostrosa, Playa Brava, Alto Hospicio y tantos otros más. De allí la vitalidad y su fuerza, su voluntad y proyección al futuro. Los herederos de Arturo Barahona ya van asumiendo su rol, esperamos lo mismo de los morenos de Chiricaco. Los bailes no desaparecen porque  van preparando a los sucesores de los caporales.

La Tirana es fiesta y no hay que olvidar ese enunciado. Pero también es drama. Es sacralidad y donde existe lo sagrado, existe el humor. Pero no hay que confundirse, cada situación en su tiempo y en su lugar. En los años 60 la cacharpaya, baile de despedida se le cantaba en son de ironía a curas y comerciantes. El baile chuncho del Carmelo aun canta esos versos.

 

 

 

 

 

 

 

Publicado en La Estrella de Iquique el 18 de julio de 2021, página 11