Febrero tiene esa rara sensación de anunciar que el verano llega a su fin. En las tiendas se ofrecen uniformes y aparecen las temidas listas de útiles. En nuestros tiempos bastaba el lápiz de grafito y la goma. Y la pita que amarraba a ambos. No sólo servía para escribir y borrar, sino que también como arma de combate.

Para colmo el mentado mes es el más corto del año, pero su vez el mas intenso. El barrio se revolucionaba, el domingo en la tarde, con el paso de la comparsa carnavalesca de los matarifes. El Dándalo, era el punto de partida. Muchos quedaban en el camino. No había Día de los Enamorados ni falta que hacía. El amor no necesita día y menos flores. Estas eran para recordar, aromatizar los dos cementerios que eran públicos. El 14 de febrero no estaba regido por la maldita ley del mercado. El único Valentìn era Letelier o Trujillo, el primero pensador y el otro nuestro querido músico.

Febrero era de los campeonatos de verano. Tiempo de Lorenzo Pardo, Manuel Carrasco, “Peta” Castillo”, Fernando Prieto, Andrés Mery y muchos, muchos más. Jornadas emotivas que recordaban a los grandes basquetbolistas de antes como Juan Ostoic, Juan José Gallo y Humberto Diomedi. Momentos de barras que tiraban papeles picados a la cancha y hacían enojar a don Arturo Carreño.

Olvidamos el 12 de febrero y su importancia histórica. Alude a la independencia respecto al yugo español. San Valentin proviene de Europa y falta que nos hace mestizarlo. Lo hemos endulzado con tantos chocolates y bombones y nada más. Ni siquiera el Sublime. Una amiga me dice que por la leyenda, el 16 de julio, debiera ser nuestro día del amor. A la Ñusta se le canta y se le baila.

El segundo mes del año nos pertenecía de la noche a la mañana. Era un mes festivo que se nos fue yendo de las manos. Un mes que terminaba con la entrada a clase. Parafraseando al cantor ¿Quién me ha robado el mes de febrero”.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 19 de febrero de 2023.