Vaya a saber uno porque le decíamos foco a la ampolleta. Ganas, tal vez, de desafiar la voz oficial del diccionario y de las voces ilustradas de nuestros profesores. Deseos de jugar con las palabras como quien juega a reiventar el mundo. Colgaba el foco, solitario y desde la altura, iluminaba lo que podía y lo que alcanzaba. Cuando se compraba el señor que la vendía, lo probaba. Sinónimos, son foco y ampolleta.
Pero no sólo servía para eso. Una vez extinguía su vida útil, otra función le esperaba. Se convertía en una especie de mesa de operaciones. Sobre la falda de mamá o de nuestras tías, era arropado por un calcetín que precisaba cirugía. Aguja, hilo, dedal, tijera constituían las herramientas básicas. Con la paciencia de siempre, se iba hilvanando, lentamente cada hilo hasta, en lo posibe, volver, a cubir ese orificio que era llamado, a no mediar, reparos, papa. Por cierto que la parte de los dedos y de atrás eran las más sensibles. Bajo el talón, de tanto remendar, se formaba una verdadera costra de hilo.
Se usaba también como lupa. Se le sacaba el gollete y se le llenaba con agua. Detrás de negativos de películas del cine Coliseo, mi primo Alberto, con una linterna, proyectaba imágenes, adelantándose a las plataformas de cine que hoy nos inundan.
Otros sacaban los focos quemados y los ponían encima de piedras y la apuesta era quien los quebraba. Achuntar era el verbo. Muchos deducían que había que tener chuntería. Cuestiones del habla.
La llegada del tubo fluorescente significó un cambio. Las fuentes de sodas fueron las primeras en dotarse de esta tecnología. Hay que recordar antes de los 220 kilowatts, las bombillas a parafinas, la ciudad semi-oscura, la Compañía de Alumbrado y lo que implicó el cambio a los 220. Se cuenta que fue el centenario don Roque quien activó el sistema.
Ya nadie zurce calcetines y los focos de ahora parecen alumbrar para casi siempre. Al menos, eso dicen.
Publicado en La Estrella de Iquique el 26 diciembre de 2021, página 11