Hay dos fundamentalismos que atraviesan fuertemente nuestras formas de ver el mundo. El más conocido, es el religioso. El otro, se disfraza de objetividad y neutralidad: es el fundamentalismo racionalista. Ambos, son peligrosos, por lo mismo que se atribuyen la verdad. Los dos, recurren a libros sagrados y lo interpretan a su manera. Llámese la Biblia o el Corán, o bien “El Discurso del Método” de Descartes u otra obra que se le parezca. Pienso en Mario Bunge y su bíblica “Investigación Científica”, que contiene la doctrina y el ritual de la ciencia. Ambos fundamentalismo matan. Uno en nombre de Dios o Alá, el otro en nombre de la ciencia. En el primero es el sacerdote o Mulá, en el segundo, es el científico que proclama la verdad. El primero, la obtiene de la inspiración divina, el segundo, del método científico. No en vano el siglo XX fue visto como el más violento de todos, y las guerras que acontecieron no fueron inspiradas por religiones.

El fundamentalismo religioso, se niega a leer la palabra de Dios en el contexto de una sociedad que se desarrolla históricamente. No reconoce el paso del tiempo e ignora que las enseñanzas son, a menudo, metáforas que hay que interpretar, dependiendo de la época en que se vive. El fundamentalismo, es lectura literal de los textos sagrados. En él, pesa más la doctrina que el ritual. El gran problema de este tipo de religión es saber conjugar su tradición con la modernidad.

El islamismo no se puede entender, sin embargo, sin el nacionalismo. Ambos van de la manos y los dos se precisan. El segundo surge, de su relación con Occidente bajo la forma de luchas anti-coloniales. El fundamentalismo islámico, es también una respuesta a la globalización y a la miopía estadounidense por entender el mundo. El Talibán, no es un grupo de rock, como alguna vez pensó George W. Bush.

Podríamos decir que el auge del actual fundamentalismo islámico, nace como producto del fin de la Guerra Fría. Derrotado el “Diablo Rojo” o sea, la ex-Unión Soviética, con la ayuda del “Diablo Blanco” es decir, Estados Unidos, el islam radical e integrista, se lanza en la cruzada por frenar y combatir a los “infieles”.

La ex-Unión Soviética y los Estados Unidos tienen mucha responsabilidad por lo que sucede en este principio de siglo. Osama Ben Laden y el Talibán son semillas que lograron crecer en un ambiente de confrontación, en la que Asia Central fue un botín que ambas potencias querían conquistar.

Ambos fundamentalismos, el religioso como el racionalista, tienen sus deudas con la Historia. No hay que olvidar a Hiroshima y Nagasaki, como tampoco las bombas de napalm, lanzada en Viet-Nam. Lo ocurrido el pasado 11 de septiembre, señala el comienzo del siglo XXI, y de una nueva realidad: la guerra de un Estado, autodenominado paladín del “Bien” y la “Democracia”, versus redes de hombres y mujeres, dispuesto a explotar por el aire en nombre de Alá. Este y Descartes, no deben estar durmiendo en paz.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 30 de septiembre de 2001, página A-11