En las escuelas del Chile republicano, las profesoras eran señoritas. No importaba la edad y menos estado civil. Al decirle «señorita» se sintetizaba la virtud, el trabajo, el amor, el respeto, la exigencia. Palabra mágica y sagrada.
En la Centenario habían varias: la señorita Beatriz, la señorita Otilia y la señorita Gloria. Las dos primeras nos dejaron años atrás. Hoy me llega la mala noticia que la señorita Gloria les sigue sus pasos. La recuerdo alegre y memoriosa. Nos identificaba con nuestros nombres, apellidos y apodos. Y recordaba, por cierto nuestras notas. El entorno de la Centenario, ya lo sabemos, estaba marcado por la pobreza y por el orgullo. Pobres, pero con identidad. A la sala de clases llegaban los del Colorado, del Matadero y de la plaza Arica. Un cóctel virtuoso, una orquesta variada a la que la tierna mirada de la señorita Gloria, le lograba sacar inmensas melodías. En otras palabras sacaba lo mejor de nosotros.
No fui su alumno, pero se de ella por parte de mis primos y amigos del barrio. La tuve de amiga en el facebook.
Escrito el 31 de diciembre de 2018