Eran hermanos. El mayor Enrique y luego venía Manuel. Hijos del viejo Carlos que colonizó la San Carlos y de paso administraba esa cancha que tenía un jugador tieso e inmóvil: un poste de la luz. Padres e hijos eran además estibadores marítimos. Como si lo anterior fuera poco, ambos de La Cruz. Enrique fue futbolista y goleador de fuste. Vistió varias camisetas, la de Maestranza y Unión Matadero, entre otras. Manuel fue basquetbolista y solo vistió la amarilla con negro. Los hermanos eran las dos caras de una misma moneda. Enrique mejor para el fútbol, Manuel mejor para el basquetbol. Los patillas, así se les decía, cargaron hasta los últimos días de sus vidas con la cruz que hoy cumple 101 años. El viejo Manuel cuando se refería a La Cruz decía “mi club”. Y tenía toda la razón del mundo.
Ambos pertenecieron a ese Iquique que se articulaba entre barrios. Era un gran archipiélago compuesto por decenas de barrios que se encontraban a través del deporte. Cada barrio un club e incluso más de uno. Decenas de canchas distribuida en el plano urbano nos acogían. Había comunidad y eso no significa falta de conflictos. Inmensas directivas que incluían al utilero y al portaestandarte, entre tantos otros.
Pasar el siglo de vida es una proeza que poco saben cumplir. La misión es formar a las nuevas generaciones y sin pago alguno. En La Cruz hay un compromiso con su larga y centenaria historia. Y hay que saberla proyectar. Clubes hermanos están en lo mismo: actualizar el viejo legado a las nuevas generaciones.
Los crucianos han sabido tejer el largo manto del deportivismo. Esta semana nos dejó don Italo una familia que se entregó al deporte. Ir a Sacco era saber que había trato preferencial con el deporte.
Los Sacco apellido ilustre. Uno entraba y ya sabía que había descuento. Izamos a media asta nuestra bandera.
Publicado en La Estrella de Iquique el 8 de septiembre de 2024