Datos Personales
Aunque nació en Talca (1950), «para mí el norte ha sido todo. En él he vivido prácticamente toda mi vida… sureño de nacimiento, el norte me vio llegar en brazos de mi madre. Y en él me quedé empampado».
Sus poemas se caracterizan por una nota común: la ironía o humor negro: «Jeremías: Nadie me quita de la cabeza que fue demasiado sonora la palmada que me dieron al nacer»… «Epitafio a mi padre muerto el ’73: No levantéis de ese modo las cejas. El viejo se murió de silicosis».
Poesía simple, creada sobre la base de hechos cotidianos, que de ninguna manera pretenden dejar impávido al lector; éste, no tiene otra alternativa que reír o enojarse. Ahora, limitar sus poemas sólo al influjo del antipoeta reconocido en 1969, es desconocer -en gran parte- el trabajo de otros creadores que con mucha anterioridad ya la practicaban.
Las líneas literarias que le sirven de raíz deben buscarse entre las metáforas del siempre modernísimo Ramón Gómez de la Serra; en la práctica de la poetización de lo feo, como ayer se nos mostrara en el Lunario Sentimental (1909) del argentino Leopoldo Lugones. Sin saberlo, Rivera Letelier es poseedor de la gracia de un runrunista perdido en el tiempo. Y aquí, engarzará con la lírica más o menos popular y netamente chikena de un Floridor Perez o en ese burlarse de los demás, aprendiendo una vez que supo reírse de sí mismo, como muchos de los poemas del Mester de Bastardía, de Manuel Silva Acevedo.
Su primer libro Poemas y Pomadas (Santiago, 1988), aparece después de una serie de trípticos edictados por el Taller de Literatura «Recital». De él, Ignacio Valente en la sección Artes y Letras de El Mercurio de Santiago, destacó su poema:
MET AMOR FOSIS
Ya ves lo que has hecho
por no haberte dado
a mis rugidos
a mis garras
a mis fauces de mamífero carnicero.
Hoy hasta mi sombra es mal mirada
porque vestido de negro
te sobre vuelo en círculos
y planeando como que no quiere la cosa
aguardo por tu amada carroña.
Considerando que «Rivera no es el primer poeta en desarrollar las extrañas analogías entre el eros y el thanatos, entre el acto de amar y el de dar muerte, pero su enfoque de esta relación es original, tal vez porque el poeta se transfigura primero -a la hora de la solicitud- en bestia depredadora, y luego-a la hora de la consumación, en ave de rapiña. El resultado es convincente», plantea Valente.
Al presentar su primer libro en Antofagasta, junto a la abogado Katia Abarca V., quien jugó con los términos legales Lanza-miento, nos preguntábamos pero dónde, por dónde la literatura, esa sagacidad, esa ironía, ese humor negro que asoma en cada uno de sus textos. Simplamente de lo divino, del libro de los libros: la Santa Biblia. Cuatro años después reconocería frente al periodista José Astudillo Gómez, de El Mercurio de Antofagasta que «en el hogar paterno, fui una persona más bien introvertida que ocupaba sus horas en leer la Biblia, único texto disponible…», incluso, en su función de fabulador, nos ha contado que alguna vez también fue predicador de esquinas.
Y también de lo humano, literatura como un trabajo de elaboración, literatura de cajón de sastre y no de colgador de modista, literatura que encuentra su base en la elaboración y reelaboración, en la confrontación y en la alteración de algún símil anterior, pues qué difícil es decir algo nuevo bajo este candente sol de pampa y salitre. «No me agrada que un poema o cuento me salga muy rápido… Retoco una y otra vez con la paciencia del orfebre. Me gusta situar la palabra, el adjetivo preciso».
De lo divino a lo humano (y también a lo demoníaco), a ese otro yo que se nos aparece en cada línea, traicionándonos en su parecer: Hahn, con una carga mayor de literariedad, si no, reléase su «Vaca 2» con su canto a Ledas y carniceros; a Lihn, con su ironía que supera al verso breve parriano.
VACA 2
No le digan a los carniceros
que en cada vaca hay un cisne
no le digan que pese a su continente
a lo descortés de su forma
y a su mismo nombre tan córneo
y cuadrúpedo como ella
no le digan a los carniceros
verdad más grande que la propia vaca
ni aunque se hallaran
la mismísima imagen de Leda
plasmada en uno de los costillares
creerían creo yo los carnales carniceros
lo mismo ocurre con las cocineras
y sus atroces tablas de picar carne
sólo los matarifes saben bien de esto
solamente los matarifes Ellos sí han oído su canto.
Ha ganado varios concursos, entre ellos, el segundo lugar del Javiera Carrera, 1980; primer lugar Javiera Carrera, 1981; segundo lugar concurso de cuentos 85 años de El Mercurio de Antofagasta, con el «El fantasma de la lámpara a carburo y su paseo por la calle principal», etc.; ha sido incluido en revistas nacionales («La gota pura») y antologías, como la del Cuento Minero Chileno (1991), del Instituto de Ingenieros de Minas de Chile preparada por Javier Jofré, donde le toca presentar a Mario Bahamonde, Andrés Sabella y Carlos Pezoa Véliz; y, Catorce Poetas Chilenos Fuera del Fuego (1991); ha dado recitales a lo largo de todo Chile y ha sido invitado a cuanto encuentro literario se efectúe. Volviendo a los concursos, señal que «no escribo para concursos y cuando participo en ellos, lo hago con trabajos que están confeccionados con mucha antelación».
Y de la poesía al cuento: Cuentos breves & Cuescos de brevas (1990), cuyo acto de presentación en la Oficina Salitrera Pedro de Valdivia se efectuó el 3 de mayo, y cuya invitación decía, como buen fabulador, que «hoy hace justamente 1.211 años que se inventara ese ridículo adminículo llamado peineta». Nosotros preferimos contestar que sí, que ese día 3 de mayo, justamente hace 148 exactos, exactísimos el maestro José Victorino Lastarria pronunciaba el discurso inaugural de una Sociedad Literaria:
«Señores: Al presentarme por primera vez ante vosotros, me siento profundamente conmovido por la sincera gratitud que encendísteis en mi pecho, al señalarme como uno de vuestros compañeros… conmoción que es algo más que gratitud… es también temor, de vergüenza…» Y vaya uno a saber hasta qué punto y plano aquí comienza a fundirse y confundirse los del maestro Lastarria y lo del hablante de esta presentación (y éste es el único guiño al espectador u oídor)…, «vuestra dedicación es una novedad».
Hábrase visto que toda una pléyade de trabajadores salitreros apoye la ilusión de Hernán Rivera transformada en un libro de cuentos y vaya con qué cuentos nos sale ahora…, ilusión que bien pudo haber «estado expuesta a perderse sin remedio»…, pero he aquí lo valioso, pues ustedes, tal vez por «instinto que por convencimiento, lograron «completar la obra». Y no me queda otra alternativa que daros «el parabién, señores, y muy sinceramente me glorio de ser vuestro compañero, porque habéis acertado en asociaros para satisfacer una necesidad», la necesidad de Hernán Rivera de verse nuevamente en letras de imprenta.
Y como de la alegría de un lanzamiento se trataba, continuamos diciendo que todo hombre guarda en su interior lo ceremonial, es decir, el sentido de festejar con algún propósito definido; de hacer diferente el día cotidiano, de suspender por un instante la jornada habitual y transformarla en extraordinaria. Y de esta alegría deben participar todos los que en ella han trabajado. Allí está, por ejemplo, el testimonio de los tijerales en una construcción, donde patrón y trabajadores intercambian diálogos alrededor de un bien regado asado…; allí, el descorche de una botella de champaña por deportistas del volante, que nos salpica a través de las cámaras televisivas; allí, la esperada pagada de piso de un nuevo compañero de trabajo… ¿Y por qué todo esto? Porque nosotros también estamos alegres. Hay un libo, un libro del poeta que todos conocemos y cuyo oficio de poeta -siempre tras la búsqueda del sentido exacto de las palabras- lo lleva en su narrativa breve a no engolosinarse con la frase de relleno y pedregosa. Nada de pasesitos cortos ni fintas, directo al arco y gol. Cree que sólo lo conciso es fecundo. De allí que una de las primeras tareas que se le indicó fue la de no temer a las palabras (y esto también es válido para el lector). Ellas están ahí esperando que alguien las selecciones y les exprima su sentido esencial.
A MODO DE ARENGA
Oídme ahora suicidas de alcobas, de estudios, de salas de baño: suicidas de puertas adentro: No más sobredosis de tranquilizantes, no más disparos en la boca, no más venas abiertas con hojitas de afeitar; nunca más la soga al cuello y quedar ondeando como trapo de rendición. Con un clavel en la oreja subid airosamente las torres, elegid las azoteas más altas, las más altas cúpulas, y coronados de palomas allá arriba abrid hasta la transfiguración vuestros pálidos brazos.
Pero oídme bien inútil manga de frustrados, aquí no se trata de dejarse caer con remilgos de hojas secas, con aleteos de coleópteros averiados o parábolas de pájaros ciegos. Mucho menos todavía tratar de lucirse con volteretas de campeones olímpicos en saltos ornamentales. En ataque de sorpresa al amanecer y en picada de ángel japonés en llamas, lancémonos contra el mundo. ¡¡KAMIKAZE!!
Rivera Letelier es lector a «full time» y pertenece a una generación antirretórica, respecto al cómo enfrentar el hecho de la lectura desde el norte, al igual que Galvarino Santibáñez, Luis Kong o Jaime Ceballos; de espaldas al cerro y de cara a la inmensidad universal.
Frente a nuestra pregunta si ¿se puede ser ‘universal’ desde el Norte? Expresó: «Yo creo que desde el Norte y desde cualquier rincón del mundo. Creo que lo que da un valor universal al fondo, tema a asunto de una obra de arte, es la forma; el cómo de qué», opinión que refrendó frente al periodista José Astudillo: «Considero que la forma y la estructura… son primordiales. Más de lo que se dice, me interesa el «cómo» se dice. Trato de hacer una simbiosis entre el lenguaje culto y el habla popular».
EL ULTIMO TIRONCITO
Siempre puso cuidado en no levantarse con el pie izquierdo; jamás se peinó en espejos trizados ni desplegó paraguas bajo techo. Evitó siempre, a cualquier precio, pasar por debajo de escaleras o que cruzara su camino un gato negro. Además de llevar siempre consigo una pata de conejo, amén de adquirir toda clase de talismanes ponderados por pitonisas y charlatanes de ferias, nunca dejó de persignarse frente a cuanto santuario, animita o tótem se le pusiera por delante. Dicho en pocas palabras, jamás le buscó el cuesco a la breva. Por lo tanto, y visto lo anterior, a estas alturas ya tiene muy claro que si al próximo tironcito no se le abre el maldito paracaídas será, lisa y llanamente, pura mala cueva.
Esta forma de hacer literatura responde a los cánones de una generación que comprendió, tras el machaqueo del Maestro Ciruela -que sí supo leer y no tuvo escuela- que quien no lee no crea. Y el crea que siga y la consiga, que se esfuerce, que se queme las pestañas, porque sabemos que el que quiere celeste… De allí que considere el oficio de la literatura como algo serio, absorbente y muy complejo.
Había que invertir la tarea pero desde otra perspectiva, invertir lo tradicional, demostrar que también es posible, aplicando un leguaje que sin ser nuevo no deja de ser novedoso, en el sentido de burlarse, de sublimar toda realidad a través del sarcasmo, ya que frente al dolor, al dolor de todos, no cabe sino invertir la situación, ser mordaz, cáustico o irreverente y dado que hace rato que los dioses bajaron del olimpo, nosotros, simples mortales, no tenemos otra alternativa.
En sus cuentos, hay una eterna dualidad que sólo se descubre en el interlineado; así, una risa trae aparejado un gran dolor, esos pequeños mierdalones que nos corroen durante nuestra existencia. De allí que pareciera no haber situación feliz, si no se presenta también algo de lo trágico cotidiano.
En Cuentos breves & Cuescos de brevas vuelve a reírse de su perra vida y al parecer sigue contento con sus mismas pulgas, aunque tal vez no nos alcance nuestra vida para verlo si es capaz de reírse frente a su propia muerte, pero cuidado, que esa risa que se destila por esas páginas, invite a la reflexión y éste es el serio desafío, corresponda usted también con una sonrisa, si es que puede.
PANORAMICA
…me veo deambular
entre carruseles
y torres iluminadas
tratando en vano
de dar en el blanco
probando en la ruleta
consultando en la bola de cristal
trepando a la panorámica rueda
desde cuya cima
me veo deambular
entre carruseles
y torres iluminadas
tratando en vano
de dar en el blanco
probando en la ruleta
consultando en la bola de cristal
trepando a la panorámica rueda desde cuya cima
me veo deambular
entre carruseles
y torres iluminadas
tratando en vano
de dar en el blanco
probando en la ruleta
consultando en la bola de cristal
trepando a la panorámica rueda
desde cuya cima…
Tomado de 14 Autores Nortinos.
Sergio Gaytán
Ediciones Universitarias
Universidad Católica del Norte
Primera Edición
1993. Chile
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Fatamorgana de Amor con Banda de Música:
Pampa Unión en el recuerdo
La novela citada (1998) es la última de ese pampino por derecho propio, Hernán Rivera Letelier. Según Mario Bahamonde,
Se han registrado los nombres de 202 oficinas salitreras sólo en la pampa de Tarapacá. De otras 20 en el Cantón de El Toco. De 34 más en la pampa de Antofagasta. De 5 en el pequeño sector de El Boquete. De 30 en el viejo Cantón de Aguas Blancas. Y de 43 oficinas en la rica pampa de Taltal. Es verdad que muchos de los nombres de estas 334 corresponden a la misma oficina que cambiaba de propietario y, con ello, de nombre. La Oficina San Gregorio después de la matanza obrera pasó a llamarse Renacimiento, por si le corrían nuevos aires. (Pampinos y Salitreros, Editorial Quimantú, 1973: 69).
La historia de todas ellas, en lo esencial, puede adscribirse a la narración de la obra de Rivera Letelier, aunque el nudo central sean los amores de Golondrina del Rosario Alzamora Montoya, pianista y profesora de declamación, con el trompetista Bello Sandalio, en la oficina Pampa Unión de Antofagasta. Y como subtema, los planes de venganza política del padre de Golondrina. Sostengo mi primera afirmación porque la visión de mundo del lugar refleja y sintetiza la vida, zozobras, alegrías y penurias de los protagonistas de la llamada Era o Ciclo del Salitre. La conjunción de razas,españoles, griegos, sirios, yugoslavos, árabes, chinos, japoneses, argentinos, peruanos, bolivianos, italianos, alemanes, portugueses y toda una babel de comerciantes y aventureros venidos desde todas las latitudes del globo terráqueo (47), se corresponde fielmente con la zona salitrera de nuestro norte, como también los dueños y señores de las oficinas, el vozarrón temible del Jefe de Pampa, (…) el ojo inquisitivo del sereno del campamento, (…), la mano de hierro del adminstrador y(…) la presencia siempre desdeñosa del gringo dueño de la oficina fumando su pipa en el porche de su chalet (170). Agréguense las filarmónicas, teatros obreros, las infaltables calles de las mujeres alegres, esas que te tratan de tú a los pocos minutos de conocerlas, las parrandas de los pampinos, quienes (lo escuché en Iquique cuando niño) bajaban al puerto, se compraban un lindo terno en laCasa Francesa, envolvían su ropita vieja y cerraban una casa de buena vida por una noche o dos, y cuando se terminaba el dinero, vendían su traje por unos pesos, se metían de nuevo en su uniforme salitrero y retornaban a la pampa, a la otra vuelta, como en la cueca. Añadamos el lenguaje ligero, entretenido, cazurro, pampino en esencia, en cada línea del autor y tenemos el cuadro pintado totalmente al óleo de Pampa Unión y su trágica historia amorosa.
Este Hernán Rivera Letelier es un macuco en el uso del lenguaje, en la observación acuciosa del medio que literaturiza, como que pernoctó en el pueblo fantasma de marras. Un leit motif recorre la novela entera: «éste cree que la mazamorra se masca.» Con estas palabras define Candelario Pérez, sargento segundo en la Guerra del Pacífico a quienes confunden la realidad con su fantasía o creencia, sean éstos trabajadores, policías o militares. Aquí el autor rinde un homenaje al pueblo chileno, campesino o citadino que participara en la guerra y luego trabajara en la pampa salitrera y corriera la suerte de los trabajadores en aquellas innumerables matanzas de obreros indefensosllevadas a cabo por soldados armados a veces hasta con cañones de artillería (145). Otro personaje, ausente, pero traído a la memoria por Candelario, es Hipólito Gutiérrez campesino con pasta de poeta popular (quien) decía que en cuanto saliera de esta vaina, si es que salía vivo (…) se iba a sentar debajo de un parrón a escribir la historia de sus campañas (157). En nuestra realidad, la Editorial del Pacífico publicó en 1956 con apéndice y notas de Yolando Pino, Crónica de un Soldado de la Guerra del Pacífico, documento perdido por años, firmado por un tal… Hipólito Gutiérrez (!). Es este juego realidad/imaginación típico de las bellas artes, la que confiere validez a la trama de la novela.
El otro rescate es de corte literario. El padre de Golondrina, peluquero de profesión, anarquista por ideología, Sixto Pastor Alzamora tiene consigo un ejemplar de Tarapacá (1903), publicada en Iquique con el seudónimo Juanito Zolá, aunque los autores fueron Osvaldo «Mocho » López y Nicanor Polo, periodistas y la cuya narración considero fundacional en la literatura sobre el salitre y la pampa. En dos instancias el narrador nos relata como Sixto encuentra refugio en la trama de la novela olvidada.
La obra de Hernán Rivera podría resumirse en la frase final del cuento Emma Zunz de Jorge Luis Borges, La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta (…), sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. El final de la novela con la mención del período histórico durante el régimen dictatorial del general Carlos Ibáñez del Campo, nos retrotrae ineludiblemente a 1973, y permite al lector repensar parte de la historia de Chile almacenada en algún cajón o baúl, en los más oculto de la casa. Hay varios detalles que el narrador nos lanza, así como por descuido. Por ejemplo, creo ver en la descripción de la profesora amiga de la protagonista , un retrato de nuestra Gabriela Mistral, quien fuera maestra en Antofagasta. Pero repito, esto es asunto de cómo se lee la novela.
El marco histórico, Pampa Unión, Santa María de Iquique, La Coruña, Luis Emilio Recabarren, el Partido Obrero Socialista, Hipólito Gutiérrez, Víctor Domingo Silva y los ya nombrados, como que nos impulsan a tildar la novela de histórica, pero soy reticente a ello, pues la estructura, el núcleo de ella va más allá, es una fatamorgana, es decir, un espejismo aéreo en el desierto, de un amor con banda de música que permanece a través de los años por la intensidad de la pasión desatada entre una casta señorita de treinta años, Golondrina del Rosario, y el apasionado pelirrojo, trompetista, Bello Sandalio.
Pedro Bravo Elizondo
Wichita State University
Wichita, Kansas