Aunque cueste crerlo, en Iquique, hubo un tiempo, en que había más caballos que automóviles en las calles. La funeraria de Moisés González, la de Pérez y Clementi, la de los hermanos Guerra, de los Núñez, y otras que se me escapan. No así La Humanitaria, que es más actual, copaban el espacio público con sus negros y solemnes carruajes, tirados por caballos que con sus pasos acompañaban el dolor de los deudos.

Otros caballos, que no debemos olvidar, por ejemplo, a los del Granaderos, Regimiento de Caballería, donde Roberto Sola, saltaba como quien jugaba al salto de la pulga, brincando de un caballo a otro.Los reclutas pasaban tardes aseándolos. Y no olvidar a los gallardos matarifes montados en briosos corceles. Los del gringo Yuras eran de carrera.

Todos los caballos, aunque parezca evidente, tenían sus herraduras, y el oficio que lo hacía posible era el herrero. Un señor, amante de los metales, que con destreza acomodaba esa pieza de fierro sobre las patas de los corceles. Iquique estaba lleno de herreros que emitían un sonido único y extraordinario.

Pero la herradura cuando dejaba su función adquiría otra. Detrás de las puertas clavadas como para toda la vida, en forma de U, pero invertida.  Este artefacto parecía actuar como especie de cerradura. Pero, era algo más. Era para la suerte. Una forma de imán que atraía al hogar, suerte, bienestar y salud. No sabemos de donde viene esa creencia. Se le atribuye a san Dunstan, la autoría de esta leyenda. Recordemos que los griegos fueron los inventores de esta especie de zapato caballuno.

En las casas de nuestros amigos, las puertas cerradas, especie de portones, lucían más seguras con la herradura que unían las dos puertas. Y sobre ellas, a veces, algunas flores.

Las de hoy, ya no lucen estas herraduras. ¿Será por ya que no creen en la leyenda o por qué le va bien? O bien por que no hay donde conseguir ese utensilio. No hay respuesta para esa pregunta.

 

Publicado en La Estrella de Iquique el 5 de septiembre de 2021, página 11