Aún es posible observar en casas antiguas de madera una herradura detrás de una puerta. Una especie de sello de seguridad. Pero no era sólo eso, traía además buena suerte. Al menos en eso se creía. La herradura era una especie de amuleto.
Era la nuestra una ciudad semi-urbana. En el patio de cada casa había un gallinero o bien se criaban conejos. Carretas, coches Victoria, eran tirados por nobles animales. Y había mano de obra especializada. Se les conocía como herreros. Las carretas llevaban leñas o bien los enseres básicos de aquellos que se cambiaban de casa. Colchones de lanas, catres de fierro, cocina a parafina, lámparas y una serie de artículos que las generaciones actuales le sonarían a piezas de museo. No había bisagras y a falta de ellas, un pedazo de cuero servía.
Iquique se auto-construía sin necesidad de plano regulador. Nunca, al parecer fue prioridad. La casa del herrero no necesitaba placa de bronce con su nombre y profesión. No hacía falta. Lo delataban sus herramientas y el golpe seco del macho por sobre esa media suela que cada animal portaba.
Había herreros por todo el Iquique popular. Maestros en trabajar los metales nobles. En el ferrocarril abundaban. Ni que decir en la pampa salitrera. Allí la demanda era inmensa. Tropas de animales que provenían de Salta y Jujuy necesitaban atención. La expansión del ferrocarril inglés por la inmensa pampa precisaba de mano de obra calificada. Los herreros cumplían esta hermosa y fatigosa función. En Iquique, en la población El Riel, en plata Brava, colonizada por los ferroviarios, aún quedan recuerdos de ese oficio. Y de muchos otros, que el olvido ha ido encerrando en ese cofre que es el pasado, enterrados en la memoria.
Hasta los años 60, la pampa era el lugar donde esparcidas era posible encontrar herraduras. Esas que sellaban puertas y que permitían movilizarse hasta los puertos más cercanos. Los matarifes, por ejemplo, montados a caballo recorrían la ciudad en búsqueda de su dama de las camelias. No faltaban lo que a coro le cantaban: “Pobre pollo, enamorado…”.
En la fotografía el vecino Ñato Hugo de el Matadero
Publicado en La Estrella de Iquique el 2 de junio de 2024.