arce

Nació en el 1901 y murió en Santiago el 1977

Homero Arce por Juvenal Jorge Ayala

Para comenzar este escrito, transcribo fielmente desde el SIBE (Sistema de Información Bio-Bibliográfico de Escritores Chilenos) de la Sociedad de Escritores de Chile, lo que sobre el poeta Homero Arce, los párrafos finales de su ficha nos dicen:

«El virtuoso sonetista Homero Arce, de un siempre pulcro vestir y hablar, el 2 de febrero de 1977 salía de su hogar a las diez y media de la mañana. Iba a cobrar su jubilación. A la salida de la Caja, varios sujetos lo apresaron y lo metieron a un automóvil, alejándose con él a toda velocidad. A las dieciséis horas lo devolvieron a su casa, moribundo, ensangrentado, con graves heridas en la cabeza.

Moriría a las dieciocho horas del 6 de Febrero en el Hospital Barros Luco de Santiago, a causa de los golpes recibidos. Considerando la represiva y oscura atmósfera política de esos años en Chile, se conjetura que su asesinato podría haber constituido un castigo a su condición de ex-secretario y, sobre todo, amigo íntimo de Pablo Neruda».

Sobre este triste hecho he sentido vivir a Homero, desde su crimen y su muerte. La noche larga y oscura de la tiranía se llevó también a un hombre bueno. El poeta iquiqueño nacido el 7 de Abril de 1900 en mi amado puerto. Pero a la poesía, a su belleza no se la mata, no la silencian. Y la poesía del ilustre Homero Arce, como dijimos, iquiqueño de nacimiento y nerudiano de adopción, continúa la fiesta infinita del canto poético en sus sonetos magistrales, exactos, suaves, armoniosos. Un arquitecto de los catorce versos era nuestro vate, profesional de la dulzura y la humildad.

Para ir armando este bosquejo reviso la historia literaria, remontándome hacia 1925, entonces junto a su hermano Fenelón Arce, Juan Florit y Germán Moraga Bustamante conformarán una verdadera familia poética. Fundarán el grupo y luego la revista Ariel, que dirigirá el destacado escritor Rosamel del Valle, otro ilustre miembro de este clan literario. Aunque la revista alcanzó a sólo dos números, luego, por 1927, aparecería otra de nombre Andarivel, que tendría el mismo fin. Estos años tendrán la fuerza de la juventud y de la amistad, literaria y personal, de Pablo Neruda y otros poetas.

Pero es justo decir que Homero siempre escribió versos, lo hizo desde niño, en la antigua revista Corre y Vuela, hallamos sus primeros versos. En esta misma revista aparecen los primeros versos del joven Neftalí Reyes. Luego compartirían las juveniles páginas de otra revista: Claridad. En medio de un movimiento rico en inquietudes, influencias y pasiones, es la hora de Huidobro, Mistral, el mismo Neruda, De Rokha, etc., o lo que es lo mismo, la hora de la gran poesía chilena de todos los tiempos.

Para situar en gran parte y de primera mano la vida y la obra de Homero Arce es necesario leer su libro póstumo «Los Libros y Los Viajes, Recuerdos de Pablo Neruda», Editorial Nascimento, 1980. Esta obra es precedida de un breve ensayo biográfico de Laura Arrué Vda. de Arce: «Homero Arce, Mi Poeta Secreto. (a manera de prólogo)», de este capítulo extractaré algunos párrafos que harán las veces de ventana desde donde asomarse a la obra del poeta.

«Conocí personalmente a Homero Arce Cabrera en el año 1928. Antes sabía de él por referencias de sus amigos, principalmente de Pablo, además de Rubén Azócar, Orlando Oyarzún, Alvaro Hinojosa (hoy Alvaro de Silva), Tomás Lago…

Mi hermana mayor, Berta, estudiante de castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, fue compañera de Pablo en los «ramos generales», así como de Roberto Meza Fuentes, Rubén Azócar, Víctor Barberis, Romeo Murga, Yolando Pino Saavedra y otros jóvenes que tuvieron destacada actuación en la vida nacional…

Cuántas veces esperé a Pablo, sentada en uno de los bancos de la Plaza de Armas, frente al Correo Central. Mientras el Poeta subía las escaleras al segundo piso, donde trabajaba Homero, y volvía con diez pesos para llevarme a tomar café a un negocio de la calle Puente, frente, también, al Correo. Después me iba a dejar a casa de unas tías, donde yo vivía, en el barrio Pila de Ganso. Muchas veces me fue a ver o a buscar allí. Pablo me presentó a todos sus amigos, menos a Homero. ¿Por qué? El tiempo se encargó de darme la respuesta. Una tarde fue Alberto Rojas Jiménez el que subió en busca de los diez pesos donde Homero, y entonces bajó las escaleras del Correo, con su amigo, en mi busca.

Este fue el primer encuentro con el poeta secreto que más tarde fue mi compañero de toda la vida. Pablo estaba en la India.»

«Homero nació en Iquique, histórico puerto del norte chileno, centro salitrero, comercial, marítimo, y que en la época de oro del salitre fue también centro cultural, el 7 de abril del año 1900. Fueron sus padres don Valentín Arce y doña Sara Cabrera. Siendo niño, sus padres resolvieron trasladarse a Santiago, donde nacieron sus hermanos: Fenelón Arce, poeta que falleció a los 40 años de edad, Hipatia y Eliana».

Ciertamente, Laurita Arrué fue la compañera de una vida colmada de sueños y realidades, y sus palabras nos van envolviendo, sumiendo, en la vida de Homero, en aquel pudor reconocido, humilde y amistoso, el «poeta secreto» a voces, para llevarnos por el sendero que anduvo el hombre de letras. Su vida laboral que fue compartiendo, entrecruzando con los afanes y avatares literarios, se concentrará en el Servicio de Correos y Telégrafos, donde se desempeñará hasta jubilarse, pasando por distintos puestos. Así lo ilustra Laurita:

«En su carrera administrativa, Homero se desempeñó en el Servicio Internacional de la Dirección de Correos y Telégrafos por su conocimiento del francés; secretario de la Dirección General de Correos y Telégrafos y, antes, secretario del Correo Central. Es a este último sitio donde llegaban sus amigos poetas a sacar a máquina sus trabajos, después de las horas de oficina, como él lo recuerda en su «Mágica existencia de Rosamel del Valle» (trabajo en homenaje a su amigo):

«En otras ocasiones, Rosamel me decía: ‘Dejemos los libros para mañana. Présteme ahora una máquina’. A las seis de la tarde el personal de secretaría del Correo había ya terminado sus labores y seis o siete máquinas de escribir se hallaban desocupadas. El tomaba una y escribía en ella con dos dedos, sin levantar la cabeza, como picoteando el teclado. Allí copió gran parte de su libro ‘Mirador’. Yo me desesperaba un poco porque no tenía nada que copiar y el mozo se asomaba a cada instante con una cara de angustia, como diciendo: ¡Vámonos, por favor!

En una oportunidad un Director General del servicio, recién nombrado, practicó una visita intempestiva al Correo Central. Este distinguido funcionario aún no conocía a nadie y entró saludando y dando la mano a todos. Con Rosamel se hallaban en ese momento otros poetas copiando versos a máquina. Me identifiqué como secretario y después de dos o tres palabras se retiró muy complacido. A la mañana siguiente fui llamado por el administrador del Correo, quien me dijo: «Secretario, debo felicitarlo. Acabo de estar con el Director General y él me ha comunicado que anoche, cerca de las ocho, lo halló a usted en su puesto con parte de su personal, y que esta laboriosidad, fuera de las horas de oficina, lo dejó gratamente impresionado». Debo advertir que en esos años las horas extraordinarias de trabajo no se pagaban. Creo que por ésta u otras razones obtuve un ascenso en mi carrera y fui trasladado a la Dirección General…»

Más tarde, Homero fue ascendido a administrador provincial de la provincia de Rancagua, y después, con el mismo cargo, en Antofagasta, donde jubiló en 1951.

Desde este momento es cuando se entrega en cuerpo y alma a la vida y obra del poeta Neruda, como secretario personal,

«… No sólo en sus libros, sino en todo lo que al Poeta se le ofrecía: compras, remates, recados, correspondencia, en sus «caprichos», por así decirlo, y que eran diarios, numerosos, insólitos. La correspondencia que no alcanzó a destruir atestigua fehacientemente todo lo que aquí hago memoria…» (Laura Arrué).

El sonetista tuvo que ceder a la presión de sus amigos y pares, especialmente de Neruda, para publicar sus versos:

«- Te pasas de tonto si no lo haces, porque yo ilustraré ese libro y será el único libro que yo ilustre.» Así el «poeta secreto», aunque no para sus amigos, salió a la luz desde su privacidad» (Pág. 24).

El libro en cuestión, hoy libro-objeto por su rareza y escasez, fue publicado en diciembre de 1963, «Los Íntimos Metales», sonetos; Cadernos Brasileiros, serie Poesía, con ilustraciones y cubierta de Pablo Neruda y en versión portuguesa del poeta Thiago de Mello, gran impulsor y amigo de los poetas chilenos, además de su editor.

Jorge Sanhueza se encarga del prólogo, de allí extraigo algunas notas: «Antes de la poesía fueron los poetas. Así, por lo menos, fue siempre para Homero Arce, fervoroso compañero de generación de Pablo Neruda, Alberto Rojas Jiménez, Joaquín Cifuentes S., Rubén Azócar, Tomás Lago, Diego Muñoz, Aliro Oyarzún, y otros hombres de letras vivos o desaparecidos. Homero compartió con ellos, poetas de madura responsabilidad nacional, las luces y las sombras de la vida literaria.

Y sin embargo, Homero Arce, poeta como sus amigos, vivió por largos años guardando sólo para sí su poesía…. Pero es sabido que la poesía no admite encierros….. La lucha entre la poesía y Arce se prolongó por décadas, durante las cuales se ensayaron mil tácticas del arte bélico. Ella atacaba a Homero día y noche: en los pasillos del Correo Central, en los atardeceres de Antofagasta, en la paz de su calle… Pero lo que se sabe y de lo cual no queda duda alguna, es que Homero Arce, fino, elegante, maestro en la medida, príncipe de la amistad, es un hombre hecho a imagen y semejanza de su propia poesía, y que la vieja lucha terminó para siempre.»

«Ay, hermano, como tú yo anduve

por la más ancha latitud del mundo,

toqué en la piedra el agua de la nube,

toqué las manos del amor profundo.

(El Pozo)

Este es quizás uno de los poemas más conocidos junto al soneto El Árbol, ronda y honda en el alma. Edmundo Concha, quien escribe el colofón en la edición de «El árbol y otras hojas», hace un recuerdo y homenaje de Homero, en los Cuadernos de la Fundación Pablo Neruda, Boletín Verano de 1990, donde además, por primera vez se menciona la muerte del poeta como asesinato:

«¿Y cómo es la poesía de Homero Arce en el marco de la poesía chilena? He aquí una tentativa crítica por visualizarla: Homero Arce fue asesinado el 6 de febrero de 1977 por manos anónimas, ¿Cómo es posible matar a un poeta? Desde entonces, sabiendo que ya no está más, él ha vuelto a ser para mí lo que era antes de que lo conociera: alguien extraño, distante, único, no parecido a nadie.»

Luego vendría «El Árbol y Otras Hojas», en 1967 editada por Zigzag, librito de pequeño formato que traería los sonetos de la anterior publicación y otros más, pero que sorprenderá por venir antecedido por una serie de sonetos dedicados al autor por varios poetas amigos, demostrándonos una vez más, de aquel reconocido aprecio entre sus pares, transcribo algo de ellos:

«Homero, en la verdad de tu diamante

hay un fulgor de piedra y firmamento,

porque tiene razón el caminante

cuando descubre el mundo en su aposento…»

(Soneto para Homero escrito por Neruda, esperando a un amigo en el Barrio Latino de Paris, 19 de septiembre de 1965).

Por haber nacido en Iquique, Ramón Albarracín le dedica otro que inicia:

» Yo como tú, oh hermano transparente,

soy también iquiqueño de las dunas

y llevo como tú sobre la frente

espacio seco, arena de la luna…»

Breve obra, en todo caso, brevísima en su magistral composición de los catorce versos del soneto, Homero era para el resto de sus amigos, lo que creo suponer se negaba para sí mismo, Pablo Neruda dependía en gran parte de su trabajo y asistencia. Por esto trabajaba en las memorias del vate Nóbel, y el único viaje que hizo fue precisamente por este motivo a Francia, trabajo que continuó a su regreso con el Poeta en isla Negra hasta pocos días antes del fatídico y desgraciado 11 de septiembre de 1973. Recurramos nuevamente a Laura Arrué:

«La ciudad permaneció desde esa fecha en Estado de Sitio y ya no pudo volver a Isla Negra a reordenar algunas páginas como lo deseaba el poeta. En cambio, lo visitó y asistió hasta el último día en la Clínica Santa María, de la capital.

La muerte de Pablo le afectó enormemente. Seguía dedicándole (como para acercar su presencia) su cariño, su tiempo, como lo hiciera en la vida del poeta y amigo. Así escribió este libro, olvidándose de sí mismo. Una vez que consideró haberlo terminado, me dijo: «Ahora voy a escribir mis propias cosas»…

Fue demasiado tarde. Dejó algunos sonetos, la mayor parte inconclusos. Su vida fue tronchada como el corte cruel e imprevisto de una rosa que está entreabriendo su apretada floración.

«Voy a poner en orden mis papeles

antes de que mi frente se haga trizas»,».

El poeta «Príncipe de los Amigos», como lo llamaba Orlando Oyarzún, el de la soledad, de la melancolía, del silencio, el sensible Homero de la vida, de sus perros y parras, pájaros y calles, fue alevosamente asesinado en tiempos oscuros, y nadie dijo nada, excepto alguna que otra voz, como la del poeta Sabella que comenta en su artículo, «de la vida derribada del poeta», término metafórico y denunciante. La hora de la muerte, precisada por su mujer, el día 6 a las 8:10 de la mañana.

«Siempre me acompañará su mirada desesperada y su grito desgarrador: «¡Defiéndeme Laurita!»… Después, silencio, sólo silencio y angustia. Así se fue de mi lado, de mi vida, físicamente, pero yo lo siento, lo oigo, siempre está presente.»

Laura Arrué Vda. de Arce. Santiago, 18 de julio de 1977.

Es que indudablemente, siempre estará presente, como Neruda, como los martirizados y humillados de la historia, como los grandes hombres de la vida, que no pasan en vano, los imprescindibles de Brecht. Todo esto sigue imperturbable en el conocimiento de la vida literaria, el ejemplo y la obra de Homero. Y es así como la Fundación Neruda, en sus Cuadernos, el Número 31, del año 1997, reedita Los Íntimos Metales, donde podemos seguir rescatando anécdotas, memorias y recuerdos del poeta en mención.

Emilio Ellena, en dicha publicación, crea un artículo titulado «En el recuerdo de don Homero Arce y Jorge Sanhueza». A manera de prólogo de la reedición, anotamos y extractamos algunos aspectos sobre la personalidad y la vida de Homero:

«Posiblemente la lectura de su imagen que le dedica el poeta nortino Andrés Sabella el año de su fallecimiento podría resumir muchos de los recuerdos que se hubieran podido registrar, de existir poetas testimoniales en los distintos lugares en los que vivió envuelto entre papeles, timbres y estampillas: «Muchos recordarán, en esta ciudad, al cumplido funcionario de Correos y Telégrafos, don Homero Arce. Era un caballero moreno, de baja estatura, delgado y parsimonioso. Pero, en su rostro palpitaba, generalmente, una fortuna: la mirada límpida, una clara, inquieta y hermosa mirada para cazar el unicornio de la fábula y contemplar la medianoche de los gatos. Este detalle salvaba al poeta Homero Arce de caer en un sinfín de papeles y le permitía escribir, donosamente, para alegría de sus lectores y compañeros.»

Luis Sánchez Latorre, en Radio Chilena, el 29 de enero de 1978, transmite junto a Laurita Arrué, Víctor Franzani y Hernán Cañas, Filebo dice entonces:
«Tomo la palabra para recordar a un compañero de la Sociedad de Escritores de Chile, donde lo conocí.
Sabía yo que era secretario literario de Pablo Neruda, una especie de consejero áulico, y para mí los antecedentes de Homero Arce eran aquellos. Pero de pronto leí algo que era suyo y me pareció que ese algo escapaba de la órbita de lo que era Neruda. Y me llamó la atención, porque un escritor que vive junto a Neruda y que escapa a la tremenda influencia nerudiana es un caso excepcional. Y después pude darme cuenta, como a ustedes les consta, todos hemos sido grandes amigos de él, que en cualquier sentido Homero Arce fue un hombre excepcional.
Yo creo que fundamentalmente fue excepcional en el terreno humano. Pocas veces he visto una persona de la calidad moral, de la raigambre espiritual tan fiel que tenía Homero Arce.
Cuando yo recuerdo su rostro, lo estoy viendo ahora, en este momento, ese rostro tan iquiqueño, tan del Norte de Chile, y lo veo un poco cetrino, pero al mismo tiempo transparente, claro, diáfano, estoy viendo a Homero Arce….»
Y así lo vemos, así lo he visto, ahora, cuando termino estas letras, cuando siento la presencia de Homero a quién no conocí, por cosas del tiempo, la edad o la vida. Presintiendo su bondad, rescatando su figura, recordando su obra, por esta suerte de chauvinismo cultural, correspondiente a mi amada ciudad, a mi puerto, decidido a rescatar a sus hijos literarios a las páginas blancas, vírgenes y nuevas que impriman los nombres de los hombres que por nacer, sólo por el hecho de nacer a la vida de la poesía nos perpetúan la belleza, la justicia, la alegría de la esperanza de sus versos.

Para terminar con este acápite respecto a la vida y obra del poeta Homero Arce, entre libros, hojas sueltas, conversaciones, indagaciones y búsqueda del rastro de Homero por la vida, deambulando por las calles de Santiago, la ciudad que finalmente acogiera a este célebre iquiqueño, he encontrado una pequeña pero grande muestra del amor nerudiano: un soneto de Pablo impreso en sólo 25 ejemplares por la Imprenta Libertad en 1971, por los maestros Hernán Bravo M. y Alejandro Ramírez Cid. A este último mi agradecimiento por la entrega de esta joya.

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

Soneto 

Soneto para Homero Arce escrito por Pablo Neruda,

esperando a un amigo en el Barrio Latino,

en París, el 19 de septiembre de 1965.

Homero, en la verdad de tu diamante

hay un fulgor de piedra y firmamento,

porque tiene razón el caminante

cuando descubre el mundo en su aposento.

De tanta estrella pura eres amante

y con tanta grandeza estás contento

que sólo con tu corazón cantante

vas descubriendo tu descubrimiento

Cuántos te ven, y no conocen cuánto

conoces tú, y no saben el encanto

de tu tranquilidad en movimiento

A tu lado es pequeño el arrogante,

es pobre el rico, y es tu honor constante

ser secreto y sonoro, como el viento

Extractado de «El árbol y otras hojas».

Sonetos.

Autor: Homero Arce

Editorial Zigzag. Página 11

1966

Soneto

Por haber nacido en el poeta en Iquique,

Ramón Albarracín le dedicó estos renglones

Yo como tú oh hermano transparente,

soy también iquiqueño de las dunas

y lleno como tú sobre la frente

espacio seco, arena de la luna.

Yo sé de donde viene la vertiente

de tu canto y tu pecho de aceituna,

tu soledad de enamorado ausente

que encontró a tantas y no halló a ninguna.

De la quena aymará, de sus tejidos

de oro muerto enterrado en los vestidos

de los reyes amargos del desierto,

viene tu voz tan antigua y divina

que resucita la guitarra andina

y el resplandor que parecía muerto.

Extractado de «El árbol y otras hojas».

Sonetos.

Autor: Homero Arce

Editorial Zigzag.

1966, Página 15

El silencio

Voy a poner en orden mis papeles

antes de que mi frente se haga trizas

y el silencio deshoje sus claveles

en un pálido sitio de cenizas.

Y en el carro dorado de las mieses

transiten a lo lejos los veranos,

y la espiga desgrane nuevos meses

y pinten acuarelas nuevas manos.

Ay perdido en el tiempo y el espacio

dormir bajo la tierra, silencioso,

con el sueño de luces del topacio.

Y para siempre el orden… y la yedra

velando con sus hojas el reposo,

el estrellado idioma de la piedra.

Extractado de «El árbol y otras hojas».

Sonetos.

Autor: Homero Arce

Editorial Zigzag.

1966, Página 119

OBRAS

Un ramo de violetas

Sé de mundos lejanos, de planetas

habitados por seres o por cosas

en los que magos de la luz, poetas,

construyen las auroras y las rosas.

Donde hay lunas calladas y secretas

que esperan como naves misteriosas

y mares de aparentes aguas quietas

invistiendo de azul las nebulosas.

No en el tiempo la guerra de los mundos

no ese clavel de fuego en el vacío

no los dioses despiertos e iracundos,

sino mi pan, mis cantos y mi lecho,

El jardín con los besos del rocío

Y un ramo de violetas en tu pecho.

Extractado de «El árbol y otras hojas».

Sonetos.

Autor: Homero Arce

Editorial Zigzag.

1966, Página 59

OBRAS

El Pozo

Ay, hermano, como tú yo anduve

por la más ancha latitud del mundo,

toqué en la piedra el agua de la nube,

toqué las manos del amor profundo.

Una pequeña lámpara sin nombre

me alejó de las sombras del camino

y pude ver y andar hasta ser hombre,

hasta llegar a pozo cristalino.

Para unos fui canto sumergido,

raíz sombría, soledad secreta,

para otros un pájaro perdido.

Pero si todo sigue y ya no vuelve

yo no quiero el pozo de agua quieta

que recibe la luz y la devuelve.

Los íntimos metales, 1963

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

La vieja casa

Cerca del ancho Maule está la casa,

el hogar solariego del pasado.

De su antiguo esplendor quedó esta brasa

que aún mantiene su fuego enamorado.

Como el mar tiene el viento que lo abraza

y le cubre de espumas el costado,

aquí el amor iluminó sin tasa

un solar de magnolias coronado.

La luna aquí vagó por corredores,

un tibio sol erró por l papayo

dejándole amarillos resplandores.

Una vida nació desde otra vida

y en la heredad besada por el rayo

sigue cantando el tiempo, sin medida.

Los íntimos metales, 1963

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

Manos

Ay, cómo recordar tus bellas manos,

consteladas ayer de luz serena,

si el incesante oleaje de los años

las borró como huellas en la arena?

La cortina de tiempo, despiadada,

pobló de sombras tu balcón florido,

desvaneció las manos encantadas,

hizo crecer la yedra del olvido.

Manos que yo tocaba bajo el techo

de noches claras con un beso puro,

ahora ya cruzadas en el pecho

del pasado, sabréis que en este día,

en el estuche de un recuerdo oscuro,

resplandece este anillo, todavía?

Los íntimos metales, 1963

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

Nueva casa de Diego

Por fin llegamos a la nueva casa

levantada recién hacia la altura,

un olor a madera la traspasa,

en la piedra descansa su estatura.

Para el viento del sur que la amenaza

hay ventanas de firme arboladura,

y anchas puertas abiertas al que pasa

por donde asoma el sol su vestidura.

De un temblor de pintadas mariposas

tal vez viene el fulgor con que engalana

esta nave sus alas victoriosas.

Aquí está el capitán entre destellos.

Ahí viene, amor, la esbelta capitana.

Trae la luz del mar en sus cabellos.

Los íntimos metales, 1963

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

Árbol

Este árbol grande que nació pequeño

echó raíces en la tierra dura,

y desde el fondo de su oscuro sueño

sacó el oro terrestre hacia la altura.

Sacó la claridad con dulce empeño

de la tierra y del agua la frescura,

del aire ahora rumoroso dueño

a los vientos despliega su estructura.

Álamo del camino, mástil de oro,

navío de las olas forestales,

alta columna de esplendor sonoro,

dame una rama de tu fuerza alada,

un gramo de tus íntimos metales,

y nacerá la luz en mí enterrada.

Los íntimos metales, 1963

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

Elegia

Llegó tu luz y me entregó estos ojos,

llegó tu voz y me entregó este canto.

pasaron años blancos, negros, rojos,

pasó tu vida y me dejó este llanto.

Tu vida, madre, fue una brasa leve,

un rosal en el tiempo del aroma,

el que ya derribado por la nieve

volvió nieve su vuelo de paloma.

Voy también avanzando hacia el ocaso

y heredero de días ya vacíos

nada podrá abrigarme en su regazo.

¿ Y qué puertas pedirte que me abras,

si miras, madre, con los ojos míos

y es tu voz la que se oye en mis palabras?

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

El silencio

Voy a poner en orden mis papeles

antes de que mi frente se haga trizas

y el silencio deshoje sus claveles

en un pálido sitio de cenizas.

Y en el carro dorado de las mieses

transiten a lo lejos los veranos,

y la espiga desgrane nuevos meses

y pinten acuarelas nuevas manos.

Ay perdido en el tiempo y el espacio

dormir bajo la tierra, silencioso,

con el sueño de luces del topacio.

Y para siempre el orden…y la yedra

velando con sus hojas el reposo,

el estrellado idioma de la piedra.

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

Ay lámina del tiempo

Ya te habrás olvidado, Margarita,

de la luna de ayer, de su ornamento,

de la calle empedrada de la cita,

de tus besos que huían con el viento.

¿Te llamabas, acaso, Margarita?

Que distante ese cielo y ese sueño,

la tarde deshojando luz marchita

y tú en mis brazos, suave sol pequeño.

En la confusa historia de mis días

Está tu rostro intransferible y puro,

Tu collar de lejanas pedrerías.

Ay lámina del tiempo, que aún me hieres

Con un perfume de rosal oscuro,

En mí revives cada vez que mueres.

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.

OBRAS

La piedra

La piedra inmóvil que nació desnuda

tal vez no sabe que su sueño es largo:

a la de eternidad, terrible y muda,

y pétalo de estrella, sin embargo.

Pasa el polvo del tiempo y la saluda,

le da el aroma de su beso amargo

y sigue, sigue estática y ceñuda

la sosegada imagen del letargo,

que acaso con sus átomos sombríos

ha conformado un pecho transparente

para otros ojos que no son los míos.

Y no conoceré, terrestre y ciego,

Tocando apenas una inmóvil frente,

Lo que vive en el fondo del sosiego.

El árbol y otras hojas. 1967

Tomado del libro:

Cuatros Poetas Iquiqueños en la Literatura Nacional:

Monvel, Arce, Massís, Hahn.

Ediciones Campvs.

Universidad Arturo Prat.

Iquique. Chile. 2001.