Hay una frase pronunciada por un ministro de Agricultura de nombre Alfonso Márquez de la Plata, que en plena dictadura afirmó: “En Chile, no hay indígenas somos todos chilenos”. Resume el ideal de la elite blanca, patriarcal y monolingüe que percibe al Otro como un peligro. En este caso a los indígenas.
La idea de nación es una construcción social inventada en Europa en el siglo XIX. Chile en tanto nación no tiene más de doscientos años. ¿Se fundó sobre el vacío? La respuesta es no. La evidencia arqueológica demuestra, en el caso del hoy Norte Grande, de la existencia de cazadores recolectores, como los Chinchorros, de pescadores como los changos, y por cierto de aymaras y de quechuas y de otros grupos étnicos que colaboraron a domesticar esta vasta y desafiante geografía.
La idea de nación se impuso a la fuerza. Por el sur en la mal llamada “pacificación de la Araucanía” y en el Norte Grande, luego de la guerra del Pacífico, mediante el proceso de chilenización, acompañado de violencia tanto simbólica como material.
Detrás de la idea del “no hay indígenas”, se esconde un colonialismo que la elite dominante, ha ido socializando a través del miedo. ¿Miedo a qué? El reto de ser un país diverso, compuesto por varias naciones, implica ampliar el sentido de la democracia. Y de ese modo evitar el racismo, encubierto o no. Una nación tiene su idioma, maneja un territorio y posee una visión del mundo. ¡Cuanta falta nos hace aprender el buen vivir! Necesitamos otro trato con la naturaleza. Un nuevo pacto social.
Chile es una larga mesa en la que sus comensales son diversos. Y esa es parte de nuestra riqueza patrimonial. No hay que temerle al Otro ni menos infundir miedo a través de campañas que hablan de ciudadanos de primera y segunda clase. Tenemos mucho que aprender de los indígenas. Hay una sabiduría no letrada que se expresa en su idioma, en su artesanía y sobre todo en el trato con la naturaleza.
Publicado en La Estrella de Iquique el 31 de julio de 2022, página 11.