Fue la bubónica, el cólera y el Covid 19 las principales pestes que nos ha asolado. Pero hay otra más permanente, la de la desmemoria. Se trata de un mal que se instala en el sistema operativo y ataca ese dispositivo donde se almacena nuestro pasado. Sabemos cómo se cura, pero no queremos. Es como el enfermo que renuncia a los cuidados y se deja lentamente morir. Una especie de suicidio colectivo.

Tenemos ese Iquique enfermo de nostalgia. El de la puerta que se abría con una pitita casi mágica, una llave del tesoro que éramos nosotros mismos. Un pasado que afirma que nos visitó y cantó el gran Caruso, un partido de fútbol frente a Estudiantes de la Plata, ese de  Bilardo. Fue un duelo de guapo dicen lo que vieron ese mítico match. Tenemos un hijo ilustre cuya condición le ha sido quitado en todo Chile, menos aquí, en el glorioso, le llaman.

Tener memoria es un proyecto político. Es atar pasado, presente y futuro. Y fuimos perdiendo esa cadena de valor. Hemos pasado de caleta a puerto salitrero y hoy a minero y comercial. De tiendas atendidas por su propios dueños a trasnacionales. La nostalgia nos corroe como virus sin antídoto. Pasamos del tango al regetón, la cumbia sólo anima cumpleaños, bautizos y matrimonio. Las redes sociales se han convertido en trinchera de la melancolía. Publican fotografías de un pasado condenado al olvido y al tributo. La frase que nos define es: ¿Te acuerdas?

La ciudad de hoy es una especie de buque varado, encallado en esas playas de los recuerdos. Nos tocó pasar de las veredas de maderas a aquellas de cerámica, del Bazar Obrero a inmensas tiendas donde no se es atendido por sus propios dueños. En los años 60, el olor a progreso era exhalado por las pesqueras del barrio el Colorado.Otros aromas nos inundan hoy. El olor de la desmemoria nos abriga. Un alzheimer colectivo nos inunda. Perdonen el pesimismo. Perdonen la tristeza.

Publicado en La Estrella de Iquique el 27 de noviembre de 2022, página 11.