Las ciudades para conocerla hay que caminarla. Y ojalá sin rumbo fijo. Esperar que la historia te haga un guiño y dejarse guiar por sus motivos. Auscultar sus veredas donde alguna vez caminó don José María Caro o don Luis Emilio Recabarren. Sentarse en solitario en una butaca del teatro municipal, cerrar los ojos y escuchar los encendidos discursos de doña Belén de Sárraga. O echar una carta en el correo de la calle Bolívar y escuchar aún las canciones de la Sara Bernhardt.  O bien largarse por Baquedano hacia el sur, y frente a lo que hoy es la Corporación Municipal, sentir las voces de los cientos de obreros que después serían masacrados ese 21 de diciembre de 1907. Allí, según las fotos, estaba la Intendencia en un edificio de dos pisos, con cuerpo y alma de pino oregón.

Pero para no perderse hay que caminar de un modo advertido. Es decir, con un libro de turismo, ese que no existe, porque todavía hay quienes reducen a esta ciudad a playa y a mall. Meterse por El Colorado y ver la torre de la iglesia  San Gerardo, y entender porque Nicomedes Guzmán, en su novela “La luz viene del mar” se maravilló de su imponente altura.  Darse una vuelta por Barros Arana entre Tarapacá y Thompson, e imaginar donde estuvo “El Palacio Cristal”, la capital de la bohemia iquiqueña en los años 30, y que un incendio lo destruyó por completo un 1 de diciembre del año 1945. Recorrer los clubes deportivos que aún existen, para entender porqué la “Tierra de Campeones” se produjo en Iquique y no en otra ciudad. Hablar con los viejos deportistas y dejar que sus hazañas lo cautiven. El sábado a eso de las 1 de la tarde, en Tarapacá entre Amunátegui y Barros Arana, Jaime Silva, por ejemplo, le puede contar lo que significa ser campeón de Chile.

Subir hasta Séptimo Oriente e imaginarse las decenas de corralones que allí habían,  en que  las vacas con su perfecta humildad rumiaban sus penas. Los apellidos italianos se apoderaron de esa calles:  Sciaraffia,  Fasciani, le daban el toque cosmopolita a eso que se llama hoy Avenida Héroes de La Concepción. Ya en el hospital, por el lado de lo que fue San Martín Viejo,  dar con el Lazareto, al que iba a dar a principios de siglo XX, los enfermos de bubónica. En los años 50, existió el barrio del mismo nombre. Visitar los dos cementerio, el 1 y el 3, es también un ejercicio de memoria y de historia.

Pero si quiere conocer la casa donde vivió el llamado Rey del Salitre, J.T. North, no se haga ninguna ilusión. La picota y la irresponsabilidad la echaron abajo, del mismo modo, que no hallará nada de lo que fue el estadio del Iquitados. La vorágine de la Zofri se lo comió, sin siquiera decir, gracias.

Hay que caminar Iquique, mirar sus calles y sus casas, sorprenderse al hallar la arquitectura de la calle Baquedano en Orella arriba. Caminar es la mejor forma de conocer y de reconocer lo que fuimos y lo que somos.  Pero hay que hacerlo con imaginación.