A los almacenes chinos o austríacos, sucede la botica alemana y el ‘english store’ de artículos de lujos
Andrés Sabella.
En Iquique hay gente que lleva apellidos chinos, croatas, italianos, ingleses, irlandeses, y que en muchos de los casos -por no decir todos- se mezclan con apellidos españoles: Lozán/Jiménez; Rendic/Rojas; Mandarelis/Pino; Stewart/Opazo; Evans/Galleguillos, etc.
Todos estos apellidos hablan de la importancia que tuvo la primera migración al norte de Chile. La prensa escrita de fines del siglo XIX y principios del siglo XX da cuenta también de este fenómeno. Periódicos escritos en alemán, francés, croata, entre otros tenían la misión de informar a sus connacionales en su lengua materna. El habla nortina está llena de palabras que provienen de otros idiomas. La palabra akón que significa abuelo, en chino, se usó por mucho tiempo. De igual modo calato que proviene del aymara que quiere decir desnudo. Del inglés castellanizamos la palabra lunche y la convertimos en lonche, y lo tomábamos a las cinco en punto. Y podemos seguir.
El así llamado norte grande se pobló gracias a la masiva migración que se produjo a consecuencia de la explotación del salitre a fines del siglo XIX. Habitados por indios changos que se desplazaban por la costa, Iquique no era más que una caleta, un lugar donde los changos buscaban agua dulce.
El salitre llamó con su voz blanca de frío y calor a hombres y mujeres para poblar aquello que se ha dado por llamar el “desierto más árido del mundo”, todo ello a cambio de prosperidad. Y así no más fue. En la pampa se formaron pueblos que se llamaron oficinas. Cerca de 150 o más, domesticaron esa franja desértica llamada pampa. En Iquique, empezaron a levantar la ciudad. El ingenio vio en la madera que servía de lastre en los barcos el modo de construir casas. Y se hizo un puerto de madera. Y la arquitectura se pidió prestada -por no decir copiada- de los Estados Unidos.
Las decenas de barcos fondeados en el puerto con sus banderas izadas al tope daban cuenta de ese espíritu cosmopolita que la pampa iba adquiriendo. El escritor antofagastino, Andrés Sabella, e inventor de la expresión Norte Grande, se refiere en estos términos a este ambiente cruzado por las diversas nacionalidades. “Comienza un agente suizo por recomendar al recién llegado las comodidades a doce pesos diarios, sin comida de un hotel francés; y un cochero italiano atraviesa su victoria para que un españolito de boina nos suba la maleta al pescante”. Más claro que echarle agua.
Estos migrantes no sólo venían por un buen pasar. Se instalaron y fundaron clubes deportivos, clubes sociales, compañías de bomberos, escuelas, iglesias, logias y todo aquello que los ayudara a arraigarse en este vastedad de arena y de agua que es el norte grande. Mateo Fistonic dejó su querida y verde Croacia y se vino a Iquique. Se casó con una hija de italianos, doña Delfina Bacigalupi y tuvo hijos iquiqueños con nostalgias por la vieja Europa.
La identidad iquiqueña no se puede entender sin hacer referencia a este espíritu cosmopolita. Este explica el gran sentido de la tolerancia y de universalidad que aquí existe. No en vano, el salitre nos conectó con el mundo. El paso de la aldea de los changos al puerto cosmopolita de madera se lo debemos a la explotación del llamado “oro blanco”.
La crisis de los años 30 vacío la ciudad. Muchos regresaron a sus lugares de orígenes o bien a la capital. Los años 60, fecha del boom pesquero, la ciudad vuelve a convertirse de nuevo en imán que atrae población. Pero esta vez son sólo chilenos del centro o del sur, que vienen en busca de prosperidad. Los años 80, la Zofri, se yergue como el gran atractivo. Empresarios orientales, árabes, hindúes, vuelven a darle ese aire cosmopolita perdido. Pero ya no resulta. Son otros tiempos, y la segregación de la sociedad local empieza ya a manifestarse. Además, no muestran ningún interés en integrarse a la sociedad local. Una mezquita en el sector sur de la ciudad indica la presencia de esta población.
Los primeros migrantes, los de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, aún muestran su vitalidad y espíritu de integración. Ahí está el Chung Hwa, el Sportiva Italiana, el Casino Español, la bomba inglesa. Y don Ernesto Gandolfo Battistini, dueño de La Liguria quien dice ¡Viva Iquique! sin perder el acento italiano.