A principios del siglo XX el periódico “El Nacional” publicó una crónica firmada por A. Hansen. En ella se dibujan los principales trazos de una ciudad que empieza a crecer, gracias a la riqueza del salitre. Describe al Iquique del 1868, bajo la figura de la infancia. Y la compara con la del 1900. Dice: “La grande y comercial Iquique, la que veis ahora reclinarse en los cerros del Este y bañar los pies en el océano pacifico, estaba en su infancia apenas, en aquel tiempo de 1868”.
Habla del rápido crecimiento que tuvo el puerto de la siete letras, en apenas treinta años. Todo ello gracias al abono del salitre, lo que permitió que comerciantes de todo el mundo se arrimaran a vivir en las faldas del cerro Dragón (¿siempre se llamó así, me pregunto?).
El cronista se permite la construcción de la siguiente imagen: “Iquique en 1868 era algo así como una niña recostada a la orilla de la playa, como una hormiga en las fauces de un león, el que muy pronto se la tragó”. Esta es una figura que hay que valorar, ya que permite entender muy bien parte de nuestros quehaceres, de nuestros desvelos y fantasías.
Una niña recostada en la playa, nos recuerda la idea de los lobos que descansan, o de otros ideas que se aplican cuando se intenta desentrañar el nombre de la ciudad. Lo que tienen todas estas imágenes en común, es la idea del relajo y del ocio. Otro cronista, de apellido Ovalle dice que en Iquique se vive en constante carnaval.
Una playa que cruza la ciudad (no existía la conexión que unió a la Isla Serrano con la ciudad), y la rodea con sus brazos de arena, rocas y agua, y que sirve no sólo para el alimento, sino que también para mirar el atardecer. El nombre de las decenas de playas que van desde Cavancha hasta el Colorado, indica también la forma como los habitantes de la costa usaron estos micro-paraísos. Esta imagen idílica de una caleta alejada de Lima y después de Santiago, ha servido para construir la idea de una ciudad pequeña donde el apuro parece no existir, y que no deja de desconcertar a aquellos que nos visitan apremiados por las urgencias del éxito.
Hansen es además una observador crítico y poético a la vez. La niña recostada es tragada como si fuera una hormiga por el león. Es el salitre con todo su esplendor el que desacralizó la caleta/paraíso descrita por cronistas anteriores al ya citado. Es el león que en tiempos contemporáneos asume la forma del centralismo. La imagen de Iquique como una niña recostada se transforma en esa otra imagen que ya hemos comentado, la de la Cenicienta del Norte, que abandonada por su madre Lima, es adoptada por su madrastra Santiago. Lo demás es historia conocida.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 1 de junio de 2003