En el Norte Grande de Chile y en Iquique específicamente el año se divide en dos. Antes y después del 16 de julio, día de la fiesta de La Tirana. Los bailes religiosos que ensayan desde el mes de abril, ya empiezan a despedirse en la iglesia de la Plaza Arica. Precisan la bendición para que el viaje sea todo un éxito. El sonido de los bombos, bronces, y cajas inundan los sectores populares de la ciudad, haciendo caso omiso de la inauguración de una nueva tienda en el mall del sector sur de este Iquique que alguna vez fue “Tierra de Campeones”.
Hay muchos modos de ir a La Tirana.
Hay modos desprevenidos de ir a esta fiesta. Ir, por ejemplo, y perderse en ese mar de negocios donde se vende todo o casi todo. Naranjas, polulos, maníes, sopaipillas, cucharones, y una cantidad interminable de mercancías imposibles de detallar. Ir, por ejemplo, dejandose llevar por donde la gente va. Perderse en esas calles que un mes antes, nadie pasaba. Soportar el calor pampino o bien esa helada que empieza a caer lentamente cuando el sol ya nos abandonó.
En ambos casos, se mira la fiesta por encima del hombro del que está adelante. Esos son modos inapropiados. Son modos ajenos de ver algo que para entenderlo hay que ponerse las gafas de ese comerciante o de esa “nana” que le baila a su virgen.
Hay una forma más peregrina de ir a La Fiesta. Es una forma que tiene que ver con quitarse los prejuicios. Abandonar la palabra pagano, entender al hombre o a la mujer que se arrastra por el piso, suspender el juicio ilustrado, cargar la balanza de la fe en vez de la razón. Pararse en el Calvario y esperar al baile que hace su entrada. Si es el baile chino mejor aún. Seguir con atención el ritual. Dejarse llevar por su cantos y sus pasos. Ver detrás de cada bailarín a un obrero del salitre triturando una piedra o luchando por sus derechos. Seguirlos. Llegar a la Iglesia. Abrirse paso. Ser uno de ellos. O mejor dicho, tratar de ser como uno de ellos. Saludar a la “china”. Salir del templo, sin darle la espalda a la Virgen. Seguir al baile. En lo posible comer con ellos. No interrogarlos como quien interroga a un niño. Sacarles fotos sólo cuando ellos lo aprueben.
Si lo aceptan tratar de ser útiles. Ir a buscar agua o leña. Preocuparse honestamente por los niños o niñas. Y cuando el caso lo amerite ofrecerse para llevar el estandarte del baile. Usted no está haciendo ningún favor. Al contrario, se lo hacen a usted. De ese modo podrá ver desde adentro, con los ojos del peregrino, lo que se siente al estar en tierra sagrada.
Nunca olvide eso si, que la Tirana es una fiesta. Allí no encontrará el silencio medieval de las catedrales. No encontrará disquisiciones eruditas sobre la existencia de Dios y de la Santísima Trinidad. Encontrará ese bullicio típico de las fiestas populares. La Tirana es fiesta, fe y feria. Son esas tres cosas, pero a la vez, siendo la segunda la más importante y la que menos se ve, si sólo va como turista.
Suba al segundo piso o a la azotea del hotel del Cacique Farías (quien no ayuda a María no ayuda a Farías, dice la teología popular). De allí verá ese mar humano compacto, que tiene un solo norte. Verá la iglesia y si cierra los ojos podrá ver como a fines del siglo XIX era un humilde templo, y sólo unos cuantos le bailaban a su china.