Me gustó su talante  señor ministro el día 9 de diciembre de 1998, en la que  sin arrugársele la cara dijo -obviamente en perfecto inglés- que procedía la extradición de Pinochet. Me alegré como muchos. Me imagino además los argumentos que hubo de barajar para llegar a tal determinación. Ahora la historia se repite. De allí esta carta que a lo mejor jamás leerá. Aún así se la envío.

En Chile la derecha que no es progresista ni mucho menos desempolvó una vieja foto suya con Allende. Con ese argumento pretenden invalidar su decisión. A la hora del té hay muchas anécdotas como la de Nicanor Parra con la Primera Dama del entonces Presidente Nixon. Cosas del té, en fin…

Sus palabras Señor Ministro, la esperamos con la impaciencia chilena de tanto años de sufrimientos. Si se demora más de lo estrictamente necesario, lo entenderemos. Lo que no entenderíamos nunca, es que  cambie de opinión aduciendo razones humanitarias. Las mismas que los militares no tuvieron con mi amigo Marcelino Lamas que una vez detenido en Iquique,  desapareció para siempre.

En Chile nos hemos acostumbrado a vivir sin la presencia del general y senador vitalicio. La vida sin él, a despecho de algunos sigue igual. Incluso me atrevería a decir que mejor. Nuestra convivencia no está en juego ni mucho menos. Seguimos endeudándonos, comiendo, haciendo el amor y viendo fútbol. Le cuento esto para que decida sin presión alguna.

Piense en algunos de sus amigos más queridos y póngase en el caso -ojalá que nunca le suceda- de que se convierta en un detenido-desaparecido. Una especie de herida abierta que no deja de sangrar nunca. Pinochet sabe donde están, menos sus padres e hijos. De allí el clamor por justicia.

Míster Straw de usted depende que aún creamos en la justicia y en los derechos humanos. Siéntese en su sillón preferido, mire como cae la tarde en  primavera, ponga un CD y escuche a Víctor Jara cantar su “Recuerdo Amanda”.

Cuando anuncie su decisión frente a las cámaras de televisión sea tan breve como eficaz.

Saludos a su familia.