La democracia que vivimos, de una u otra manera, se las arregla para ser paradojal y contradictoria. Resumamos: se posterga (eufemismo de la palabra censura) la difusión de la entrevista a Townly por sugerencia del Presidente de la República; se hace escándalo “made in Iquique” a un folleto condonístico que dice cosas que casi toda la sociedad iquiqueña sabe, exceptuando claro está a los recién nacidos; y por último las penas de Deportes Iquique que vive las más profunda de sus crisis morales, porque de las otras crisis ya estamos acostumbrados.
Pero de pronto las calles de esta querida y “progresista “ ciudad se ha vista inundada por un afiche, en la que figuran dos hombres con la mirada clavada en el cielo, (aviso al lector que no es el afiche de Frei con Bitar prometiendo más poder para Iquique. Me hubiese gustado en realidad que prometieran más poder ofensivo para los Dragones Celestes), la mentada publicidad nos comunica la actuación de Quelentaro.
Dos hombres irreductibles, hermanos no sólo de sangre, sino que también de penas, guzmanes, gastón y eduardo para ser más precisos. Patriando se llama su periplo que no es más que un vagabundear por esta mundo llamado Chile.
“Voy a jugar al olvido y apuesto que te gano/sé, sé que eres buena olvidando/pero voy dispuesto a todo/ hasta jugar al morirme/ y te apuesto a que te gano“ con esta frase de amor y de rabia a la vez, Quelentaro nos envolvía la noche de Iquique allá por los ochenta. En ese tiempo, la censura implacable no nos dejaba escuchar a los guzmanes. Sólo la mano solidaria de Osvaldo Torres, entre otros, nos nutría de música desde Santiago. Así nos fue llegando “Cesante”, “Judas” y juntos a otros amigos desempolvamos “Leña Gruesa” y otros.
El cantar de Quelentaro no es un cantar de radios, ni número uno, menos de televisión, al menos para “nuestra” televisión. El cantar de Quelentaro se ha sabido ubicar en los mejores ámbitos de la marginalidad a la que está condenado cierto canto. Pero marginalidad no significa mediocridad ni mucho menos. Quelentaro no le hace concesiones al estribillo fácil ni a la rima fácil. En otras palabras no es su canto objeto de consumo y por lo tanto no está sujeto a las leyes del mercado.
El cantar de Quelentaro tiene que ver con la infancia, el hogar, la madre, la falta de trabajo, y el amor, pero ese amor que duele que hace daño. Su disco Tiempo de Amar parece, a mi juicio, es el más logrado.
El tema de la infancia, del niño campesino es un tema recurrente en el cantar de este dúo. En el tema Jazminero me voy cantan: “Voy a viajar a la infancia/ y contrariando al calendario/ voy a desenganchar noviembre/que no tengo pan ni escuela/ y semanero me voy”. O en otra canción mezcla de rabia y de alegría: “que hambre más bonita/ aquella de la infancia/ le canto imaginando/ el patio de mi casa” (Milonga para Celinda). O en el tema Pequeña Muerte: “recuerdo aquel niño/ que traducía el viento/ que leía los pájaros”. O en aquel dramático Judas, en la que Quelentaro promete a Judas perdón, pero a cambio de que éste traicione a los que tiene que traicionar” Camina ahora con el hombre del sudor/ para traicionar al avaro/ o al político de cartón”. A cambio de ello, Judas podrá ser redimido y “algunos de mis hijos podrá llevar tu nombre, Judas, como llamarse Pedro, como nombrarse Juan”. Quelentaro es por hoy, un símbolo vivo de rebeldía entre tanto conformismo. Vale la pena escucharlos.