Figura pintoresca del ring fue, hace más de veinte años, este moreno nortino, que amalgamaba el criollo González con el inglesado Johnston de su nombre de combate. Pero es claro, no le pusieron así sus progenitores, los que, sin duda alguna, jamás soñaron tener un hijo boxeador. Peleador desde niño, destacó pronto por la firmeza de sus golpes y la decisión de sus intervenciones callejeras. Y el «mote» surgió rápidamente entre sus admiradores y aquellos que habían sufrido la violencia de sus puñetes. ¡Pega más fuerte que Johnson!… Jack Johnson, aquel campeonazo de raza negra, era más conocido entonces que Dempsey, bien pronto González fue «Johnson». El tiempo y algún error le agregaron esa «t» al mote y salió el nombre de batalla: «Johnston González».
Lo mismo que, muchísimos años después, el «Buck Jones» de las películas de cow-boys se transformó en «Buccione», apellido de ese Humberto Lillo que tantas muestras de bravura ha dado en nuestros rings y en los de Argentina y Perú.
De técnica, vamos, Johnston nunca tuvo ni un asomo. Peleador callejero, fue encontrando su estilo a base de la malicia de las riñas diarias, y, por otra parte, ¿quién le iba a enseñar estilo en esos tiempos y por esas tierras? Recién comenzaba a levantarse la estrella del Tani; pero también éste tenia mucho de su propio sello, estilizado y pulido por los expertos que lo tuvieron en sus manos cuando Lucho Bouey lo llevó a Nueva York en busca de esa corona que estuvo a punto de conquistar. Por el Norte se peleaba «a la pura idea», y hasta hubo un astro de esos lados que, para aprender, lo hizo por libro, leyendo las enseñanzas de Carpentier, y, pacientemente, ensayándolas en el gimnasio. Johnston González no quiso saber de aprendizajes, y, como con lo suyo era capaz de ganarlos a todos, ¿para qué meterse cosas en la cabeza?
Se hizo fama en todo el Norte y conquistó eI título de campeón de Iquique. En Antofagasta dió el lujo de noquear a Enrique Subercaseaux, que había sonado como amateur en la capital y que se había perfeccionado bajo la dirección de Santiago Mosca. También al veterano norteamericano William Daly y a un tal Juan Avalos. En Mejillones obligó al rápido retiro a Julio Garay; en Iquique derrotó en dos rounds a Pedro González; en Arica superó a Guillermo Soto. Y, también en Antofagasta, empató con Manuel Bastias, un mediano de cartel, como que, posteriormente, le ganó al campeón de Chile, José Duque Rodríguez.
Por el Norte, el combate de mayor trascendencia de González fué con el peruano Alex Rely. Este Rely era alumno de Santiago Mosca. Todo lo que aprendió fué lo que Mosca le enseñó con paciencia y entusiasmo. Y con ello conquistó el título de campeón de Chile de peso medio pesado, siendo peruano. Tuvo Rely un rudo combate con Johnston, el año veintitrés, en Iquique. Pero el moreno valía mucho, boxeaba bien y pegaba. González resistió en pie siete rounds, y perdió por K.O. derrochando, eso sí, valentía y decisión.
Cuando Andrés Lasalvia, sportsman entusiasta, se llevó a Buenos Aíres algunos boxeadores chilenos, Humberto Guzmán, que era uno de ellos, le recomendó a González. «Hay en Iquique —le dijo— un medio pesado que puede gustar aquí. Está allá trabajando de jardinero, y creo que si usted le manda plata para los pasajes, se viene enseguida. Haga la prueba.» Lasalvia escuchó el consejo, y quince días después Johnston González bajaba del tren internacional en la estación de Retiro. Su aspecto no era de los mejores. Lasalvia lo llevó al hotel, lo vistió de nuevo de pies a cabeza, y lo presentó al ambiente pugilístico bonaerense: «Johnston González, boxeador chileno».
No llevaba veinte días en la capital del Plata cuando debutó allá frente al negro uruguayo Alejandro Trías, gran figura en el ambiente. Fué una pelea sensacional, que el público presenció de pie, y González tuvo así abiertas las puertas de la popularidad boxística. Mucho habló la prensa de la gran batalla que el chileno le había dado a Trías, pase a que, recién llegado, no había tenido tiempo ni para entrenar bien. Vino luego un match del nortino con el medio pesado rosarino Fontanetti, al que noqueó en un round, y esto agigantó su figura en la imaginación de los aficionados argentinos. Cuando se supo que Rely lo había noqueado en Iquique unos meses antes, hasta se aseguró que el chileno «se había dejado ganar…”.
Entrenó a full para sus combates siguientes. Sí así, «a medio chancar», había sido capaz de darle tanto trabajo a Trías, ¿qué sería cuando hubiera trabajado más a conciencia? Pero González estaba acostumbrado a entrenar poco. En el Norte peleaba «a la diabla» y nunca se preparaba especialmente para sus matches. El exceso de entrenamiento, al que su manager quiso oponerse siempre, lo debilitó, y, esta vez en Buenos Aires, Alex Rely dió fácil cuenta de él. Y el negro Trías, en la revancha, jugó con él durante todos los rounds que duró la pelea.
Jorge Ascui, que llegó por allá en esos tiempos con Carlos Uzabeaga, siempre recuerda la figura noblota de este nortino sencillo y generoso. Ascui y todos los púgiles que estuvieron con él andaban bastante mal de fondos. El box, prohibido en Buenos Aires, dificultades enormes para conseguir peleas, y el poco dinero llevado de Chile gastándose poco a poco. Únicamente Johnston González, que había hecho ya cuatro o cinco combates, estaba algo mejor. Por lo demás, el hombre se había hecho de muchos amigos en Buenos Aires.
«No lo conocí antes de llegar a Buenos Aires -me contaba Jorge Ascui-. Pero allá aprendí a conocerlo y a apreciarlo. Era un «roto noble», capaz de sacrificarse sin aspavientos por cualquier compatriota, y siempre andaba alegre, haciendo bromas y levantando el ánimo de los muchachos. Gran tipo este Johnston González, que ahora quizá por dónde andará «patiperreando». Como boxeador puede haber sido hasta mediocre. Como hombre, era mejor que el pan.»
Rincon Neutral
Revista Estadio
21 de diciembre de 1946, página 31