El nombre de Juan José Oré está inscrito en la memoria deportiva local. Abreviado en un cariñoso Jota Jota, siempre es rememorado, sobre todo a la hora en que los goles se nos ponen esquivos. A veces lo echamos de menos y más de lo estrictamente necesario. Es que los goles, cuando lo hacen los nuestros provocan adicción. Y los iquiqueños sabemos de esas cosas.
Antes de Oré, otro peruano había pisado el pasto de Cavancha. El mundialista José “Grone” Velásquez, nos deleitó con ese talento que los años no logran ocultar. Pero en la memoria larga de nuestro deporte, tan lleno de triunfos, tantos, que nos pusieron como sobrenombre “Tierra de Campeones”, un par de boxeadores, Antonio Valdelomar y Alberto Realpe, sobre el cuadrilátero, siguieron las andanzas de Estanislao Aguilar y de Arturo Godoy. Y para ser precisos dos peruanos más, en la época de oro del boxeo nacional, representaron a esta tierra. Recordemos a Alex Rely y Jhonston González.
Por razones que la historia sabe mejor que nosotros, las relaciones entre iquiqueños y peruanos, son estrechas y profundas. Y eso habla bien de esta paradiplomacia que el fútbol sabe ejecutar con pases precisos y preciosos.
Juan José Oré (1954) se puso la celeste -esa que pesa y que no es fácil hacer caso omiso de la historia (ocho veces campeón de Chile en el fútbol amateur)-, en el segundo período brillante de Deportes Iquique. Fundado en 1978, ingresó rápidamente a las “ligas mayores”. Campeón de Chile el año 1980, se conectó con la historia y de paso nos juntó a todos los iquiqueños como si fuéramos una sola comunidad. Eran los años de la dictadura, de Pisagua, el campo de concentración, y de la Zofri, ese gran mall que nos cambió los hábitos de consumo. El segundo período, la segunda mitad de los años 80, apareció Jota Jota Oré. El peruano reactualizó la tradición goleadora de Moisés Avilés, Manuel Arancibia, Freddy Wood, Juan Suárez, Fidel Dávila y muchos, muchos más. El año 1988, los iquiqueños como siempre amamos a este peruano que con el argumento de los 18 goles, dejó sin voz, una vez más, al centralismo deportivo que no entendía como un equipo de provincia instalaba a uno de sus hombres como el goleador máximo de la competencia nacional.
El pasto de Cavancha, un lujo para una ciudad desértica, supo de las habilidades de este típico 9. Oportunista, preciso, presto y con sangre fría, supe meterla cada vez que esa voz interna que tienen los goleadores, le ordenaba hacer feliz a esa hinchada que lo quiso a más no poder. ¿Po qué la gente lo quiso tanto? No sólo por sus goles, que es desde ya una razón de peso, sino por su humildad, me decía un hincha que se emociona cuando habla de Jota Jota.
Los chilenos somos desmemoriados, y la memoria deportiva sufre también de esta enfermedad. La historia del fútbol corre por la palabra hablada y en ese deambular suele perder a veces a los héroes de pantalones cortos y tobilleras abultadas. La prensa, la única que recoge las miserias y las grandezas, las derrotas, los empates y los triunfos, se pierde en el día a día. Pocos leen la prensa antigua. Y en esas páginas amarillas el nombre de Oré, con sus dos jotas como nombres, brilla por las noches en las hemerotecas del país.
No ha de faltar el estudiante que buscando pistas para una tarea, se tope con este goleador de tomo y lomo. Y en vez de llegar a su casa dando cuenta de los resultados de su tarea, le pregunte a su padre: “¿Viejo, era bueno el Jota Jota Oré?”. Y ese viejo, hincha de Deportes Iquique, respirará profundo y se explayará deletreando la facilidad que tenía el peruano para estar donde todos los 9 deben estar, para luego salir corriendo hacia la barra y ofrecer ese manjar delicioso que se llama gol.
Ahora que está en Iquique, en una ciudad que tal vez no reconozca (el viejo Estadio es casi un sitio eriazo), debe saber que los iquiqueños, siempre le estaremos agradecidos. En más de una noche de bohemia, cuando la nostalgia nos agarra por el cuello, y con el pisco sour en el cuerpo, brindaremos por esos goles que nos hicieron felices, en una década que gracias, al fútbol, nos juntábamos y de paso, siempre que la ocasión lo permitiera, podíamos enarbolar algunas consignas a favor de la democracia. El fútbol ya lo sabemos, está lleno de claves y de guiños.
Tengo un amigo de pequeña estatura, moreno, que le dicen Oré. Se ganó ese apodo por que se parecía al hombre que inflaba las redes. De ese modo, ese apellido y ese nombre, no ha caído en el olvido.