Escasa elegancia exhiben estos carroñeros, parientes nos tan lejanos del cóndor, llamados despectivamente buitres. Tratados en forma injusta. La geografía del Norte Grande y en especial las costas tarapaqueñas no se pueden entender sin su presencia. Huelen la muerte a considerable distancia. Despliegan sus inmensas alas negras que contrastan con el cielo celeste. A veces logran nublarlo. En Punta Negra, estos pájaros tenían su hábitat preferido.
En la década de los 80 los jotes se tomaron hasta las palmeras. Era el boom de las pesqueras y su población creció a un ritmo desproporcionado. Incluso a más de un ingenioso se le ocurrió una campaña para exterminarlos. Un verdadero jotecidio que no prosperó. Se argumentó que eran feos y hediondos. Se comprenderá que con esos argumentos no sólo esos pajarracos debían ser sacrificados. Más de algún jote, caminó torpemente por las calles, privado de su capacidad de volar. Una editorial se llama El Jote Errante. Cuenta la leyenda urbana, que en el apogeo de la película “Los pájaros” alguien lanzó desde la galería un jote. Este alzó sus alas y cubrió la pantalla. Hitchcock, reía a carcajada cuando le contaron esa picardía, ocurrida en una ciudad cuyo nombre nunca pudo pronunciar.
Pero los jotes no están en el mundo para que nos deleitemos de su oscura belleza, tienen una función ecológica. Sin ellos, la basura orgánica no desaparecería. Se cuenta que la gente ponía la bolsa de la basura en los techos, estos plumíferos hacían el resto.
Cuando desde el barrio veíamos que un par de esos pájaros de mal agüero, planeaban vuelo, en voz alta y decíamos algo así como: “Jote toma tu cruz”. Un antídoto ante la inminencia de la muerte.
El jote es el quiltro de los cielos, el recolector de la costa y del desierto. Al que se empampa la muerte se le hace cercana por la presencia cada vez más familiar de estos mensajeros de la muerte. El jote es nuestra ave patrimonial. Patrón de la pampa y de la costa.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 18 de abril de 2021, página 11.