Ya es una realidad cotidiana el de los jóvenes sin camisas cantado y gritando en el estadio. Celosamente vigilados por la policía, empadronados por la autoridad y estigmatizados por  la prensa, los jóvenes sin camisas buscan sus propios canales de participación. 
Estos jóvenes desafían todo intento de ser encuadrados bajo los rígidos modelos de análisis,  que sociólogos y otros especialistas se empeñan en etiquetarlos. ¿De qué otro modo puede entonces interpretarse esa mezcla entre la figura del Che y del escudo o icono del equipo preferido? ¿Cómo entender esos cantos que recrean ambiente místico? ¿Cómo explicar esa identidad casi delirante que puede llevar hasta la muerte a un hincha por su club? ¿Cómo, por último, entender el traspaso de la retórica política de los sesenta al mundo del fútbol con consignas cargadas de épica y de mesianismo? ¿Cómo entender el delirio que producen futbolistas como Diego Armando Maradona?.
Los jóvenes han hallado en el mundo del fútbol, en su estética y en sus rituales, un espacio simbólico donde poder expresarse más allá de los  rígidos marcos señalados por el poder de los adultos. Un intento por desarrollar mecanismos de participación más ancho, que el simple acto de votar cada cuatro años por adultos que carecen de legitimidad, para este segmento que va desde los 14 a los 24 años aproximadamente.
El fútbol desde esta perspectiva, más allá de la dirigencia y de los negocios que la acompañan, constituye un espacio fundacional e identificatorio, en la que los jóvenes crean y recrean toda una  simbólica que reclama y expresa nuevos espacios de participación. Desde este punto de vista,  se debe asumir que el fútbol y el ritual que la acompaña -descartando claro está el ritual de la TV – es el único espacio de participación, en el amplio sentido de la palabra, aceptado por los jóvenes.
Sus organizaciones, sus giros idiomáticos, sus movimientos corporales, sus peinados y toda la estética que le acompañan, nos están revelando una identidad propia que nada tiene que ver con aquella imagen que la TV trata de inculcar acerca de quienes son los “verdaderos jóvenes”. Hay quienes ven en estos espacios, la recreación de comportamientos tribales, en la que la emoción juega un rol fundamental. “El fútbol, es una pasión” reza el lienzo en el estadio de cualquier parte del mundo.

El tema de la participación de los jóvenes en la vida democrática, pasa también por entender por qué los jóvenes recurren a este tipo de participación. La respuesta parece ser simple, pero no por ello trivial y ya la hemos adelantado: el simple esquema de la participación política y secular sin componentes simbólicos, sin la unidad de lo corporal con lo discursivo no parece atraer a los jóvenes. El fútbol con su estética y su ritual les ofrece, al parecer,  lo que la sociedad le niega.