No debe ser casualidad que a todos los Juan le llamemos Juanito. Los miles de juanes que tiene el habla español, así lo demuestran. Pero hay juanes y juanitos. En el caso de Juan Vodnizza era casi una obligación moral, decirle Juanito. Y le decíamos de cariño; de ese sentimiento que se cultiva en la cancha, en la galucha, en la fila de la matineé, en las noches contando películas de vaqueros, en la sede social, antes que la Municipalidad nos la destruyera.  Juanito era el mejor nombre que le cabía a ese hombre de corazón ancho que con su parsimonia instalaba la calma y el equilibrio en un barrio que  siempre o casi siempre,  la perdía.

Fue un aristócrata del barrio que siempre tuvo la serenidad como segunda piel. Hijo de una familia emblemática que arribó desde Italia a Iquique, los Vodnizza fueron, antes que nada plazariqueños. Juan, el más piola de todos, supo conjugar la discreción con el protagonismo, como si fuera un mago. Y lo fue, y a su modo.

Desde el mesón de la Tesorería Regional, ya sea con una vieja underground o con un computador, auscultaba todos nuestros pecados o virtudes tributarias. Siempre con una sonrisa como carné de identidad, Juanito, nos entregaba el formulario. Lo demás era problema nuestro. El, cumplía con su oficio.

Juan Vodnizza siempre fue un servidor público. Fue presidente del Club Deportivo La Cruz, y en sus ratos de ocio, en la esquina del barrio,  supo dar un consejo oportuno. Su palabra era autoridad, sobre todo cuando había que dirimir cuestiones tan peliagudas como el verdadero nombre del actor que encarnó a Espartaco, o sobre el valor de la tasación del inmueble de la otra esquina.  Jugó  básquetbol  por Chung Hwa.   Pero ya lo perdonamos.

Pero ya no estará más con nosotros. De allí esta crónica con verbos en pasado y con dolor. Juanito ha muerto, y la noticia corrió como pólvora encendida por el barrio deshabitado y desconocido. La incredulidad habitó, por segundos, en eso que llaman corazón. La certeza fue más dolorosa. Juanito, el piola, el generoso, el servidor público, ya no estará paseando su voluntad de oro por la calle Tarapacá rumbo a la Plaza Gibraltar.

Sin Juanito estamos más indefensos que nunca; sin él, perdimos todo tipo de inmunidad ante los fríos mesones de la Tesorería Regional. Somos simples ciudadanos, opacos y hasta endeudados por no saber cómo realizar tal trámite.

Ahora empezamos a conjugar la certeza de su ausencia. Pero, las palabras que siempre lo van a nombrar, impedirán la aparición del olvido. La ausencia no siempre es olvido. Las calles de la Plaza Gibraltar, el emblema de La Cruz, y las tardes infinitas de la Plaza Arica, darán testimonio de la inmensa humanidad de Juan Manuel Vodnizza Lira.