25 de marzo de 1937.

 

 

Julio León.

Los 400 metros era una prueba chilena en los contornos del atletismo Sudamericano. Los corredores de la enseña tricolor se imponían en la clásica vuelta de esfuerzo y velocidad, y ese dominio dejó de ser, una vez que concluyó el reinado de los hermanos Ehlers, Jorge y Gustavo, que conquistaron el título en varios campeonatos. Cuando el más joven no pudo seguir en competencia, surgió otro galgo rubio, que creó muchas esperanzas: Hugo Krauss, pero el nuevo valor, por una u otra razón, no pudo concretar las expectativas, y hoy que estudia y entrena en Norteamérica, sigue constituyendo una buena esperanza pues no se duda de que está bien dotado físicamente. LA realidad ha sido que, sin uno de los Ehlers, Chile debió entregar los 400 metros. Panorama desolador ofrecía esta prueba hasta hace poco, sin un solo corredor capaz de bajar de los 50 segundos, que es marca discreta para entrar en el grupo de los especialistas capacitados. Siempre Chile tuvo dos o tres que se iban sobre los 49 segundos, y con uno que se acercaba a los 48. Ni uno solo se veía en 1958, hasta que Julio León, de Iquique, dijo: “Aquí estoy”. Y produjo satisfacción, porque, por lo menos, se disponía de un chileno que en la final de 400 pudiera estar presente. El joven nortino es de piernas largas y, pese a la esbeltez, su organismo es fuerte para resistir la dureza de la prueba; ya había impresionado favorablemente en un Nacional Juvenil, en que de entrada batió los records nacionales de la categoría, en 300 y 1000 metros, 35.8 y 2.36.7. Un semifondista de futuro se asoma allí, se dijo. Fue en 1955, pero al año siguiente no apareció. Se supo de una lesión , y se esfumó la esperanza seria que se vio en él. Vino en 1957, y se ganó un puesto en el equipo chileno que actuó en el Torneo Sudamericano de Campeones, para ratificar ser una esperanza cierta. Sin embargo, en la presente temporada no estaba entre las cartas buenas, porque, lesionado de nuevo, en otro deporte, no había competido en el Zonal del Norte, y la desesperanza cundió al reaparecer en Santiago sin mostrar los progresos lógicos en un muchacho joven, bien premunido.. Estaba en el mismo nivel que en la anterior temporada; es decir, atrasado un año, como un repitente, y el panorama chileno en los 400 se veía cada vez más desmantelado. Felizmente, se descorrió pronto el velo de la duda para este muchacho, que es un valor en potencia. No estábamos equivocados, y su retraso fue lógico, por una serie de circunstancias. El mismo las ha explicado.

 

Está feliz, ahora, más que nadie. Porque ha resucitado. Seis meses atrás estaba convencido de que su carrera atlética había terminado. “Se acabo un campeón”, lo comentaba dolorosamente con sus compañeros en el norte. Luego del Sudamericano del año pasado, decidió tirarle raya al atletismo por la temporada, era su último año de estudios de profesor normalista, y no entrenó para concretarse a lo que sería decisivo en su vida futura. Ya habrá tiempo para lo demás, pero no era posible que permaneciera inactivo, aprovechaba los domingos para jugar béisbol, el deporte de su niñez, y en un entrenamiento, se trizó un menisco. Lo sometieron a tratamiento, la lesión fue rebelde y el médico pesimista. “Será difícil  que pueda volver a correr por mucho tiempo”. Lágrimas negras lloró Julio León. Al suelo el cántaro de la lechera, porque es un hombre que mira hacia adelante; juicioso y reflexivo, y con un potro en el corazón, que lo impele con vigor. Se había hecho muchas ilusiones. Felizmente, no duró mucho el desánimo, porque un día llegó una carta de la Federación Atlética: sabían de su lesión y lo invitaban a someterse a un tratamiento en la capital. Lo vieron aquí otros médicos y diagnosticaron algunas semanas más de reposo y vuelta a la pista. Lo demás vino solo. Esta es la explicación de su retraso. No había podido sacar marcas antes por su inactividad del año, y porque sólo a mediados de enero, hace tres meses, reinició su preparación. Además, no tenía mucha fe en su pronto restablecimiento, sobretodo porque hace un mes, sufrió un ligero desgarro, producto, naturalmente, de su falta de actividad en la temporada. No había hecho preparación de invierno.

49.1 en 400, y 1.53.7 en 800. Con tres meses de preparación saltaron estas marcas, de las cuales, él es al más sorprendido. No esperaba tanto de sí, por los inconvenientes. Como si la hada madrina hubiera aparecido en su ayuda para recompensarlo de las amarguras y susurrarle al oído: “Para que no te pese el tiempo perdido. Estas son las marcas que debías estar haciendo”.

Es otra cosa aquí en Santiago. Mire, he subido de peso en intenso entrenamiento; la pista, el entrenador, el ambiente, todo es estímulo. Estaba concentrado en el gimnasio de la Federación, en la calle San Francisco, pero don Alberto Mainella decidió que algunos nos fuéramos a vivir con él en el Stade Français. Y allí hay más aire y es una delicia levantarse y saltar al pasto, y sentir el aire cordillerano que hincha los pulmones, solazarse ante el verde y el abanico de la arboleda, que bate el viento matinal. Sin quererlo, se siente el impulso de correr sobre el pasto húmedo. Hierve la sangre. Es lindo, calcule lo que será para nosotros, nortinos acostumbrados a la tierra árida y a la falta de comodidades como éstas. Allí en el campamento de Mainella estaban también Jorge  González y Ariel Standen, de Iquique; Jorge Bolados, de Chuquicamata; los sureños Santiago Novoa y Carlos Witting, y el santiaguino Fontecilla. Lindo equipo de compañeros. Se aprende adentro y afuera de la pista en amable camaradería. Tranquilidad, sueño reparador, buena alimentación. A este ambiente le debo las marcas que me han salido. Sin duda, más a Mainella, que es entrenador excelente, y, más que técnico, un profundo psicólogo, que sabe descubrir al atleta en todos sus matices. Infunde optimismo y fe, y yo no sé si la ambición que siento no sea más que el efecto de sus propias palabras.

Nunca creí al llegar a Santiago, hace pocos meses, después de mi resurrección, que iba a lograr estas marcas sorprendentes. Si lo hubiera anunciado a mis amigos en Iquique y Antofagasta, se hubieran sonreído incrédulos, como yo, que no las creía posibles por ahora. . Hace quince días, en el entrenamiento, registraba tiempos que, aun mirando el cronógrafo de Mainella, no las creía. Y más    que la marca misma, la resistencia para sostener el ritmo fuerte. Soportar bien tres veces 400, con intervalos de diez minutos, y anotar 52, 51.8 y 51.5. Y todavía algo más sorprendente; yo era hombre que en mi mejor momento, hacía 23 segundos en 200 metros; pues ahora me han cronometrado en una sesión tres veces 200 en 22.8, 22 .7 y 22.6. Todo esto sucedió antes de la semana en que corrí las mejores marcas de mi vida para 400 y 800; con esos aprontes, me tiré seguro, porque sabía que estaba bien. Es el producto del entrenamiento sistemático, impuesto por Mainella. A él se lo debo, sin duda, como todos mis compañeros. Y debo agregar  que si no hubiera existido la lesión del año pasado, que impidió la continuidad en la preparación, habría estado mejor.

“Es otra cosa hacer atletismo aquí en Santiago. Si se dieran cuenta todos. Ah, si tuviéramos en Iquique la pista del Estadio Nacional y a Alberto Mainella junto a nosotros, les aseguro que el norte produciría una docena de atletas de primera en cada temporada. Contando a los de toda la zona. De condiciones semejantes a las mías, hay elementos, además de otros que se han perdido. Todos saben en Iquique que Erwin Bejarano, por ejemplo, de condiciones y físico muy perecido a las mías, lo dicen todos, se pasmó por falta de facilidades. Era semifondista también, como Bejarano, Carlos Muñoz, en vallas. En Antofagasta, en la Escuela Normal donde estudiaba, hay muchachos dotados en forma excelente, y en esa ciudad está Sergio Opazo, que es garrochista joven, que no debe perderse. Con una pista como la del Nacional y un entrenador como Mainella, los campeones tienen que surgir por lógica y por fuerza.”

 

Julio León pudo perderse. De pequeño tuvo sólo una pasión: el deporte de Babe Ruth. En el barrio donde vivía en Iquique, Ramírez con Zegers, era vecino de Víctor Díaz, un destacado “beisbolero”, que prestaba equipo  y adiestraba a los muchachos. Julio León era un acérrimo cultor. Pedía permiso a su tía para levantarse a las seis de la mañana con el pretexto de repasar sus estudios, y partía para la cancha del obispado, para darle con el bate a la pelota. Destacó pronto por físico y su velocidad. Primera base, es puesto primordial en el béisbol. A los 13 años ya   realizó su primer sueño de niño: uniformado con chaqueta de colores, pantalón bombacho, gorra de visera larga, zapatos con “espay” y un bate  reluciente. Primera base en el segundo equipo del Club Remache. A los 16, estaba en el primero, en el puesto de su maestro, Víctor Díaz. Pero allí mismo se cortó su carrera de beisbolista. A los 16 años fue a cumplir con el servicio militar, era muy crecido, como estudiante del Instituto Comercial, y en el Regimiento Rancagua lo obligaron a hacer atletismo. Se ganó los 1.200 y la bala. Además de buenas clasificaciones en largo, alto y 100. Así, con esos antecedentes, al regresar a Iquique, se dejó seducir por los ruegos de algunos amigos que le aseguraban porvenir en el atletismo; sobre todo insistió Antonio Bielancic, director técnico del Club Olimpo, que, luego de los primeros entrenamientos, le leyó su futuro como una gitana. ”Serás campeón de clase internacional”. Se rió aquella vez, y hoy piensa que Bielancic sabía ver.

Tiró para el medio fondo. Mas la verdad es que en Iquique hizo de todo. Como competidor adulto, siendo un imberbe juvenil, recién el mes pasado cumplió 20 años. Veía una bala, la lanzaba, o un disco o un dardo; corría velocidad y medio fondo, y saltaba largo, alto y triple. Compañero orquesta para el que estuviera entrenando; y de ver a los especialistas, fue copiando maneras y estilos. Por esto en el norte es conocido más como pentatlonista, y posee el record iquiqueño con 2.391 puntos para las cinco pruebas. En los zonales ha sido subcampeón detrás de su coterráneo Ariel Standen. Magnífico y provechoso desorden en esos comienzos atléticos que le fortalecieron su organismo. De juvenil no pesaba más de 60 kilos, delgado como una espada, pero el muchacho moreno de ojos orientales, escondía en su organismo fibra, resistencia y entereza para ser un gran semifondista, el de más porvenir en la actualidad en las pistas chilenas. Lo demuestran sus mejores marcas, en lo que ha corrido del atletismo:11.6, en 100; 22.6, en 200; 49.1, en 400; 1.53.7, en 800; 2.32.1, en 1.000; 57.1, en 400 vallas; 16.2, en 110 vallas (escolares de 96 cm.); 10.69, en bala; 31.04, en disco; 42.10, en dardo; 6 metros, en largo; 1.50 en alto, y 12.45, en triple. Marcas todas que mejorará, porque sólo ahora está seguro de su progreso. Son tangibles y avasallantes. Desde que ha subido de peso, , es decir, ha vigorizado su organismo, todo ha ido mejor. Actualmente pesa 71 kilos para su metro 81 de estatura.

Está lleno de fe y optimismo. De mente clara y definida. Sabe adónde va y no lo esconde. Acaso para algunos suene un poco jactancioso, y no lo es: muchacho franco, decidido, camina sobre la realidad, con las cartas a la vista. Apunta una firme personalidad y se tiene confianza. Lo he visto después de esta charla como un hombre joven, que, parado en la puerta ancha, ve un camino largo y difícil y que afronta sonriente:

Me recibí de maestro primario y pude quedarme en el norte, pero he preferido la capital, lejos de mi hogar, por el atletismo. Estudiaré pedagogía en inglés en la Universidad Técnica, pues pienso que el límite de mi carrera atlética no estará sólo en Sudamérica. Y hay que prepararse. Si tengo físico y condiciones atléticas, porqué no he de cultivarlas y creer en ellas. Estas marcas cumplidas y la experiencia de Mainella., a través de su consejo, me han hecho creer en mí. Además, tengo voluntad y me he encariñado con el atletismo. No me atemorizan los programas fuertes. ¿Por qué no he de llegar entonces?

– Te han dicho que perfilas como el sucesor de Ramón Sandoval.

– Me halaga y me honra esta esperanza, pero creo que los de hoy debemos pensar en ir más lejos. De demostrar que en Sudamérica hay atletas que pueden cotejarse con los más capacitados de otros continentes. Ojalá que llegue a ser uno de ellos. Para probar que es posible.

Mientras habla reposado y reflexivo, relaciono ideas y capto que no es desorbitado que divague así. Sobe todo con el antecedente de que Julio León Guajardo tiene mejores comienzos que Sandoval, García Huidobro y todos nuestros ases del semifondo. En el albor de los veinte años, está en el minuto 53. Además es más rápido que todos aquellos cracks y lleva como su mejor tesoro esa voluntad que ha hecho grande a nuestro campeón de hoy. Moreno como Ramón, un poco más esbelto, pero con el mismo carácter, instrospectivo del que posee temperamento y voluntad.

-Yo admiro a Ramón Sandoval. Mi satisfacción más grande en el primer Sudamericano que vi y actué fue verlo. Nunca lo había visto antes y fue íntima emoción observarlo en sus carreras de 800 y 1500, esas que ganó como un señor en la pista del Estadio Nacional, el año pasado. Tengo la certeza de que se puede ir más lejos que Ramón, pisando en su misma huella.

“Este sudamericano de Montevideo será mi primer viaje al extranjero, y no puedo hacerme mayores ilusiones . Todavía poco tengo que hacer, pero será un paso adelante. Estoy en la obligación sí de rendir más que en 1957”.

Fue cuarto en la final de 400, con 49.5 y formó en la posta chilena, que entró segunda, la que formaban los hermanos Sandoval, Krauss y León; tiempo: 3.18.9; 49 segundos para los 400 lanzados de León.

A través de revistas, libros de atletismo y películas sigo las actividades y la vida de los semifondistas mundiales. De Bannister, Delaney y los australianos Elliot y John Landy. Este último es mi favorito, y no porque sea el mejor de todos, desde luego, sino porque lo considero un dechado de perseverancia. Es el menos dotado físicamente de los astros y a fuerza de voluntad ha llegado a brillar. No tiene físico y a fuerza de constancia ha llegado donde se encuentra. Usted tienen que haber visto la película de aquellos sensacionales “1500” de la Olimpíada de Melbourne. John Landy iba último, faltando 100 metros, en ese grupo de colosos que en pelotón comandaban la prueba; pues, de atrás, el australiano embaló y entró tercero.

“Dios ha de ayudarme para que alguna vez pueda alternar con hombres de esa calidad. Estoy feliz  en Santiago, porque es el ambiente atlético que quería vivir. Podré hacer la preparación de invierno que fortalecerá mis músculos para que no se resientan con los entrenamientos fuertes. Usted, que es iquiqueño como yo, debe comprender cuánta ha de ser mi pasión por el atletismo, que he dejado mi casa; mi tía, que ha sido ni madre desde que los míos fallecieron, y alejarme de Iquique. Linda es la capital, grande e impresionante, pero no es Iquique, y usted sabe lo que es eso, llevándolo siempre en el corazón. Vengo decidido a luchar, y cuando ya el ambiente se haya estrechado, buscaré otros más amplios.

Por favor –se detiene-, no diga esto. He vaciado todo lo que llevo dentro. Es sólo para usted.”

Por nuestra parte, debemos agregar que pocas veces estuvimos ante un atleta que nos impresionara mejor, en todo sentido. Su físico, sus aptitudes y su disposición y condiciones morales. Claro que nos hacemos un deber en decirles a él y a los aficionados que en atletismo se avanza con lentitud. Que los mejor dotados deben luchar día a día, con voluntad inquebrantable. Muchas veces la misma facilidad con que se han colocado en el primer plano es causa propicia para el desaliento cuando las cosas no salen como ellos lo imaginaron.

 

De ancho porvenir.

Escribe  Don Pampa

Tomado de Revista Estadio, año XVII, Nº 778, 25 de Abril de 1958