Podemos escribir la historia de la ciudad a través de sus calles. Por ellas el ir y venir de la gente es un punto de encuentro. Además una especie de escuela sin pizarra y sin borrador, pero con una pedagogía basada en  la memoria y en la vivencia del hoy.

Calles silenciosas que de repente adquieren solemnidad. Pensemos en la procesión de Semana Santa. O en los funerales de los año 40, por ejemplo en que no había banda de bronces. O en la romería a Prat o cuando se enterraba a un bombero. La noche tenía su halo de tristeza.

“Pasai en la pura calle…” era la queja de nuestra madre. “Me salió callejero…” agregaba la vecina. Todos regresábamos a la hora de té, ese ceremonial del pan con mantequilla y con suerte con mortadela. Tiempo en que los perros eran callejeros, todos quiltros, y que en vez de un collar, tenían uno de limones. Se llamaban Bobby o Jerry, Sultán o Terry. Todos ellos inmortalizados en la canción de Alberto Cortez. O el de la “perrita que andaba abandonada, pasó a ser la mascota del cuadro que ganó”. Tiempo de pantalones cortos.

Las calles de Iquique cambian de nombre según los gobiernos. Huancavélica pasó a Baquedano, Luis Emilio Recabarren a Los Capitanes y luego Avenida Aeropuerto al padre del movimiento obrero. Primero fue 12 oriente, luego Elias Lafertee y después del golpe Pedro Prado y ahora Salvador Allende. Y la historia es larga.

La ciudad de hoy es de ferias. Y los informales copan las veredas, la antesala para ingresar a casa o a La Liguria. Ya no son las ferias como la de la calle Latorre que vendían frutas y verduras. En las de hoy, hay ferretería, peluquería, cocinerías, ropa y todo lo que cabe en la imaginación. La calle es hoy una selva de cemento, dice la canción Juanito Alimaña, cantada por el gran Héctor Lavoe.

Ya no hay calle para la pichanga. El béisbol comenzó en las calles y muchas ventanas sufrieron la fuerza del lanzador. Ya no hay más “jugar hasta que nos llamen a tomar té”.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 5 de febrero de 2023.