El peso que tiene en nuestra vida la familia, el barrio y todo aquello que se vincule a experiencias en la que nos sentimos bien, acogidos, seguros y con relaciones basadas en los afectos y en la calidez, es algo que siempre valoramos. Esto de sentirse como en casa, con calor de hogar, con ambiente de familia, es lo que buscamos con cierta ansiedad.
Lo anterior es lo que la sociología llama comunidad. En esta el ser humano se realiza. La tradición es lo que crea el sentimiento de arraigo en cada uno de nosotros. Con la aparición de la ciudad industrial en el siglo XIX, la comunidad empieza a desfallecer. Vivir en la ciudad es hacerse cargo de nuevas condiciones de tiempo y de espacio. La distancia entre los sujetos se afirma ahora en un nuevo tipo de relaciones sociales.
En Iquique, y por mediación de la actividad del salitre se crea una ciudad industrial. Un asentamiento adjetivado cosmopolita y/o babélica. Sea como fuere, se construyó sobre las ruinas de la caleta que los changos habitaban. Se traza de acuerdo a algunos principios básicos del urbanismo. Pero, en el fondo crece espontáneamente. Se define como provisoria y en muchos casos tiene un aire de campamento. Las fotos de ese Iquique, no las oficiales de la calle Baquedano ni la de la Plaza Prat o del teatro Municipal, indica que se va armando según el ritmo de la demanda internacional por el salitre. Las fotos de los barrios así lo demuestran.
Es un plano urbano que ya anuncia la segmentación del asentamiento. En el lado norte los pobres, en el centro y para el sur, los ricos. Orbitando sobre el puerto, se yergue el barrio El Colorado; en forma paralela a la playa, rumbo a Cavancha, los ricos construyeron sus casas. El reloj de la Plaza Prat, es una especie de frontera simbólica que divide al plano urbano en dos. Pero, a pesar de esa fragmentación, tan típica de la ciudad industrial, los iquiqueños se las arreglaron para generar espacios públicos en común. Todo ello por supuesto, en la medida de lo posible. Las canchas de tenis, el hipódromo, el polígono de tiro, por solo nombrar algunas actividades, estaban reservadas para los más adinerados. El box y el fútbol, era los deportes de las clases menos favorecidas. El Tani era hijo de un matarife. Santiago Mosca, al parecer, era la excepción que como dice la lógica,confirma la regla.
En todo caso, esa ciudad construida por mediación del salitre, debió haber sido una ciudad más amable que la actual. Aunque hay que advertir, y para evitar nostalgias paralizadoras, la matanza del 21 de diciembre de 1907, cuestiona la pretendida dimensión paradisíaca de ese Iquique tan propio como ajeno.