Los besos son siempre una fiesta. Excepto, claro está el de Judas y otros que le siguen las huellas de ese apóstol menospreciado. El beso debe ser la manifestación de amor más antigua que se conoce. El primer beso, y su historia es algo difícil de pesquisar, pero habría que atribuírselo, si somos bíblicos a Adán y Eva, y si somos darwinianos a los primeros primates por donde se nos cuela nuestra humanidad. Nada más tierno que dos chimpancés con sus trompas erguidas.
En Santiago, se juntaron 8550 personas, o algo así, las cifras no son mi especialidad, a besarse, que viene a ser lo mismo, que juntarse a comerse un hot dog. Digo esto porque el beso es tan natural como esa institución que servían en el Café Derby incluyendo porotos verdes. Hoy en ese local existe una Notaría, pero aún se sienten esos olores. El notario en cuestión, el primer iquiqueño en desempeñar esa función, dice que incluso penan. Yo no le creo.
Habría que hacer una tipología de los besos. Porque ya lo sabemos no todos son iguales, ni todos guardan relación con la afectividad ni muchos menos. Hay besos que son puro y exclusivo trámite, como esos que la gente se da cuando se saludan. Por lo general, ella pone la mejilla, como quien pone un mantel en la mesa, y el otro posa sus labios sobre esa superficie cubierta por químicos. A veces uno no sabe que está besando, si el rostro o la marca de una crema.
Hay otros besos muchos más significativos. Digo por ejemplo, el que inauguró nuestra biografía amatoria. Ese juntar de labios tiritones bajo el único árbol de la plaza, o bien bajo ese jardín que la familia Galloso tenía en la Plaza Arica. O el primero de cada una de nuestras relaciones. Hablo de besos fundacionales, que inauguran paraísos o tragedias. De allí la frase del cantante con nombre de vaquero, Django, cuando reclama: “La culpa fue del primer beso”. Pero hay más, el beso tierno de nuestros hijos. Y otros. Los del fútbol, por ejemplo. Después del gol, el beso entre Maradona y Cannigia. Lo dicen los teólogos de la pelota: “besó suavemente la red”.
Sin embargo, para nuestra constitución machista por excelencia, el privilegio del beso lo ocupa la madre. Es el primero, el que nos recibió cuando desnudos nos botaron a la vida. Ese beso protector que calma todo tipo de ansiedades. Son besos-analgésicos, besos-sedante, besos-parturientos. Y estos besos son siempre buenos.
Hay otros besos, los que nos marcan el alma, los que nos hacen traspirar el alma. Son esos que están en cualquier canción de amor, los que nos hacen perder el equilibrio. Y el primero es tan importante, que señala el tipo de vínculo que de ella va a resultar. Lo dijo Francisco Umbral, manda en la relación aquél o aquélla, que voluntariamente señala cuando se termina. Moraleja, llegado el momento, aguante la respiración, hasta que pueda.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 1 de febrero de 2004.
.