Cuando el fútbol era más simple, hablamos de hace un medio siglo atrás, las cosas de este deporte se estilaban de otra manera. Para el Mundial del año 50 celebrado en Brasil, algunas selecciones todavía pensaban en jugar a pie descalzo. Entonces el fútbol era una actividad más espontánea y por ende más cercana a la vida cotidiana de la gente.

La racionalidad empezó a meterse bajo el nombre de la profesionalización. La pizarra reemplazó a la imaginación, y el entrenador, o mejor dicho el Director Técnico, tomó bajo su mando a los once jugadores. El estadio se llenó de tácticas y estrategias, y en consecuencia emergió un nuevo lenguaje. Los líberos y los stoppers, los doble 6, la línea de 3 o de 4. y una larga serie de palabras invadió los micrófonos deportivos. Cuando se relee la revista Estadio uno se da cuenta que ese fútbol ya no existe. Si recitamos de memoria    la alienación de la selección chilena del año 62, nos damos cuenta que ya nadie se para así en el campo de juego. Uno, o dos a lo máximo, son los puntas. Los cinco de aquella selección: Toro, Landa, Sánchez, Ramírez y Fouilloux,  una delantera impensable para el futbol de hoy.

Las concentraciones, la alimentación, el modo de esperar los partidos son actividades inimaginables para ese fútbol del siglo pasado. En la época de oro del Real Madrid, es decir de los años 60, los jugadores llegaban al estadio media hora antes, y muchos de ellos, fumaban. En nuestro Iquique, Enrique “Patilla” Silva, insigne goleador del Maestranza, al entretiempo se tomaba una cerveza. “Sin ella, no meto goles” afirmaba. Algo parecido decía Romario: “Si no salgo a bailar, no convierto”.

Carlos Salvador Bilardo, cambió la medicina por el balompié, llenó el fútbol argentino de tácticas y sistemas defensivos. A todos sus jugadores les daba instrucciones precisas. Y se tenían que encerrar en ese rol y no pisar otro pasto que no haya sido acordado de antemano. El fútbol era un actividad racional que se desprendía de la pizarra. A eso se le llama disciplina táctica. Tuvo suerte. De los onces jugadores que llevó al mundial del 86 hubo uno que tenía la magia: Diego Armando Maradona. A todos les dio instrucciones. Al 10 le decía algo así como “haga lo que usted sabe hacer”. A pesar de sus mañanas racionales, Bilardo era el rey de los supersticiosos. Estaba lleno de cábalas. Los jugadores también. Se persignan cuando pierden o hacen un gol, no pisan con el pie izquierdo el césped. El entrenador de Ucrania, a la hora de los penales se fue a los camarines.

Este fútbol lleno de estrategias, precisa de la espontaneidad, de la dinámica de lo impensado. Requiere por lo mismo que es una actividad humana, del genio y de la picardía. Esas que tuvo Maradona frente a los ingleses en México.