Me gusta la revista Estadio. Es más trato de coleccionarla.  Envidio a don Germán Carrera que tiene todos sus números y que alguna vez me las prestó. Y me gusta porque en sus hojas desfila esa ciudad que se llama Iquique a través de sus hijos más ilustres.  Hombres y mujeres, que dibujaron a través del deporte,  las siete letras de este puerto noble, enarbolándola en la cumbre del deporte no sólo nacional,  sino que también sudamericano y mundial.

Reviso una ruma de esas viejas revistas. En Santiago en una feria dominical, digna en su puesta en escena y más aún en lo que ofrece. Allí  viven apiladas las hazañas de esos iquiqueños que desafiaban al centralismo de la manera más osada que uno se podría imaginar, ya sea en el box, la natación, el básquetbol o el fútbol. Dos revistas estadios me llenan de orgullo. En ambas, tanto en portada como en  contraportada, hombres nuestros. En una de ellas el gran y olvidado boxeador  Carlos Rendic, luciendo una sonrisa amplia, tierna y  altiva. Nadie imagina que detrás de esos dientes blancos y grandes, se esconde un espíritu complejo. No era como lo demás.   De allí el apodo “Loco”. Doy vuelta la revista y aparece, con la cabeza hacia el lado y con un brazo sobre el agua, como abriendose paso,  Bernardo Solari. Ambos hijos de emigrantes, de esos que llegaron a Iquique a  quedarse, y como una forma de agradecer tanta hospitalidad, decidieron ser campeones de Chile. En otra, portada para Manuel Astorga, el arquero que nació en estas tierras, jugador de la Universidad de Chile y seleccionado nacional.  Atrás la figura esbelta de Juan Díaz, campeón latinoamericano, con quien  todas las mañanas intercambiamos saludos por la calle Zegers.  Un futbolista y un boxeador, los deportes que juntos a otros,  pusieron a Iquique, en medio de su más grande crisis, en la memoria deportiva de este país tan dado a la desmemoria.

Ya lo hemos dicho en otras oportunidades. Las hazañas de la tierra de campeones, acontecieron en los momentos más críticos de  esta ciudad. Cuando el salitre dejó de alimentar al resto del país, las ollas comunes inundaban la ciudad con sus olores a comida. La cesantía no respetaba clase social y los comités de defensa nacían y morían como el día.  De los años 30 a los 60, período de la historia local escasamente estudiado, los deportistas iquiqueños  protestaban contra el centralismo, ganandole en la piscina, en la cancha, en el cuadrilátero,  en la pista de atletismo o en el diamante de béisbol, o en la mesa de ping-pong,  como lo hizo la buenamoza Gladys Grant.

El deporte que la revista Estadio recogió sistemáticamente en todas sus páginas,  es la memoria altiva que los iquiqueños tenemos como un muestra de un ética amateur que nos evitó ser devorados por el santiaguinismo. Acudir a sus páginas, deletrear las hazañas del Tani y de Arturo, de Gonzalito, León,  Vera y Standen, de Crisosto y de Avilés, de Choque y de “Maravilla” Prieto  y de cientos de hombres y mujeres, constituye un ejercicio de memoria y de identidad que no debemos olvidar. Nuestra Universidad y la Biblioteca Municipal, deberían tener en sus salas la colección de la revista Estadio, para vernos frente a ese espejo, como éramos cuando Iquique era una caleta, o mejor dicho un puerto en crisis, pero con habitantes que supieron vencer el olvido.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 4 de mayo de 2003