Todas las culturas han se enfrentarse de un modo u otro, a la contingencia de la muerte. Siendo ésta un hecho biológico, los hombres y las mujeres, a través de su cultura, han construido respuestas a la finitud de la existencia humana.

La muerte -del tipo que sea- enfrenta al hombre a una especie de sin sentido, a una angustia ante la ausencia de un ser querido. La mentalidad de occidente marcada fuertemente por el cristianismo ha construido respuestas frente a la pregunta existencial del por qué de esta realidad . Ambos polos de la existencia, a saber, vida y muerte habitan territorios autónomos, apenas ligados por el recuerdo y por las visitas periódicas a los cementerios. La muerte, desde esta perspectiva, es vista como una ausencia definitiva, sin retorno, aplacada quizás y tan sólo por la promesa de una estancia mejor en el más allá, que asume la idea del paraíso.

Los pueblos andinos han construido otras respuestas y sobre todo se han hecho otras preguntas acerca de la vida y de la muerte. Para el hombre andino, hay una línea de continuidad entre estas dos realidades.  Para entender mejor esta forma de mirar el mundo, es preciso recordar que la cultura andina,  se construye y alimenta sobre la premisa de que el mundo es una entidad de la cual el hombre forma parte. Integra un todo en la que los muertos, al igual que los animales y la naturaleza también concurren. Se trata de una visión de mundo, que comporta una ética y una estética. Una percepción de que el equilibrio que implica un orden debe ser mantenido para evitar la propagación del Caos. Los rituales juegan aquí un rol de importancia primordial.  Es en  definitiva,  una compleja relación entre vida y muerte, en que los muertos no están necesariamente ausente y que incluso retornan. Una dinámica en la que por mediación de los rituales -complejos y delicados- es posible compartir un trago o una comida.

De allí entonces la importancia que tiene para los vivos la celebración del primero de noviembre. de allí que los cementerios, casi por paradoja, se llenan de vida. Y es que ahí, vive la otra vida. Esto explica, el porque se le lleva no sólo flores, sino que también comida y música. Alguna vez dijimos que los cementerios son también barrios.  En el más antiguo de Iquique, el Nº 1, en cuyas paredes se lee gran parte de nuestra  historia, requiere un cuidado patrimonial. El deplorable estado en que se encuentran algunos mausoleos, nos llama a reflexionar, en estos días de todos los santos, de cuidar mejor a quienes en vida fueron nuestros parientes.

La muerte en definitiva nos homologa como seres humanos. De ella nadie se salva, afirme la sabiduría popular. Jorge Luis Borges escribe” “No hay cosa como la muerte, para mejorar la gente”. Larga vida para los muertos, nuestros muertos.