La Tirana es un inmenso texto, cantado y bailado, lleno de simbolismo. Hay que estar atento para dar, si es posible, con las claves que la definen. Esta más que centenaria fiesta es una especie de laberinto en la que el observador no avisado se puede perder entre tanto comercio. No hay mejor modo de entender esta fiesta que seguir peregrinamente a la unidad de esta celebración: los bailes. Estos, persistentemente, han reproducido esta manifestación religiosa y popular, a lo largo de más de un siglo.

En los bailes se deposita la historia, la memoria y la identidad de esta fiesta. En ellos se reafirma el dinamismo de esta actividad que logra llenar de música y colores, por lo menos, por una semana, a este pueblo que el resto del año tiene una apacible vida. El largo e interesante itinerario de los bailes a través de la historia es algo que aún no sabemos. Poco se sabe, por ejemplo, de los bailes pieles rojas y de su fundador, Aniceto Palza. Nada sabemos nosotros. Los miembros de esos grupos conocen su historia tanto como los milagros de la virgen.

Pero no se crea que la actividad de éstos, se reduce sólo a bailar, ya sea en el templo, en el calvario o bien en la explanada central. Una rica vida comunitaria es la que se desarrolla en sus sedes sociales. En ella, se ha organizado de un modo prolijo, los deberes y los derechos. El trabajo doméstico con todas sus dimensiones se expresa detrás del cartel que anuncia la existencia de un cuerpo o sociedad de baile.

Pero también los bailes visitan a sus muertos. El día 15 por ejemplo, vimos como el baile Piel Roja de Alto Hospicio, tributaba con sus cantos y plegarias a un pequeño y futuro bailarín, de cinco años que había fallecido. Andrés Larrocha, ese es su nombre, recibió de parte de sus compañeros, abuelas y tías, el saludo de quienes lo querían. Lo mismo hizo el baile Cheyenne. Le dio los buenos días, a uno de sus fundadores, Carmelo Cortés Cortés, quien un par de años atrás, falleciera. Un conjunto de hermosas canciones los acompañaron cerca de las 11de la mañana. Cantos y recuerdos que le habrán entibiado el alma.

En ambos casos, los caporales dirigen la celebración. Son actividades íntimas en la que en vez de dejarle flores, se les obsequia cantos y promesas. Lo mismo sucede el 16 en la mañana. Pero ahora, a los músicos. Estos, pieza fundamental de la fiesta, reciben cada año, el saludos de sus pares. Músicos tocando para los músicos. Una fiesta en que la nostalgia y la alegría se combinan para traer a la memoria a los ya idos.

Esta parte de la fiesta, es la que aún mantiene el aire de celebración religiosa y popular, en la que los propios bailes y músicos, la organizan, elevando sus plegarias para que la China, les siga dando salud y vida para el año que viene.

A pesar de muchos de los cambios que ha tenido la fiesta, una atmósfera popular y festiva, en la que la risa y el llanto conviven, sigue estando presente en la segunda semana de julio.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 20 de julio de 2008, página A-11