A la hora de escribir la historia política de la ciudad en estos últimos veinte años, la Peli debe estar ahí subrayada. Era y sigue siendo una mujer extensa y plena. Ya lo sabemos, la muerte es una mentira. Siempre nos regaló una sonrisa que le salía por la boca: ancha, y acompañada por esa otra sonrisa que le venía de sus ojos.
La Peli desde los años 70 nos hizo sentir que no era una muchacha típica. Ella se salía de las normas que nuestro padres establecieron. En la Plaza Prat adhirió al sueño hippie. Ese sueño que postulaba una vida mejor, sin esas restricciones que reducen al ser humano a un mero equipamiento biológico. Lo de la Peli, era la contracultura. Y lo era de antes que esa palabra se pusiera de moda. El amor y no la guerra era su motivación. El Let it be de los Beatles era su razón de vida. Luego fue Silo.
La conocí en los setenta. Ambos caminamos las baldosas de la Plaza Prat. Bajo el reloj, donde se alzaba el héroe de la Esmeralda, se tejieron esos sueños que el tiempo enredó para siempre. Allí se expresó un hipismo llenos de utopías. Aunque caminamos veredas diferentes, siempre hubo ese guiño de la complicidad. Nunca hablamos, pero había un lenguaje en común. La Peli era inteligente y hermosa.
En los ochenta siguió urdiendo esos sueños en una época en que soñar estaba prohibido. Se paseaba las calles de Iquique con un mensaje donde se conjugaba la mística y el desarrollo personal. La Peli, me visitó muchas veces en mi casa. Allí charlábamos de este mundo y del otro. Ella sabía, por ese entonces, que me movía en otras aguas, y que después habría de naufragar.
Siempre fue una mujer de minorías. Y esa era su gracia. Y por lo mismo, el poder oficial no la cautivó nunca. Es cierto, fue candidata a casi todo, pero lo hacía como un acto testimonial, pero jamás como una humorada. La Peli era seria y era bonita. Insisto.
Trabajamos juntos para el plebiscito del 88. Después tomó su camino propio. En una tarde cualquiera de ese Iquique en que nos conocíamos todos, se nos perdió la Peli. Y notamos que alguien faltaba. Entonces las ausencias iquiqueñas no eran solamente la transformación de la Plaza Prat, sino que también su estampa, su verbo seductor, el lenguaje de sus manos, la gramática de sus grandes ojos.
Ha muerto la Peli, y nos queda la rabia y una ausencia. La rabia porque nunca le dije lo que ahora escribo. Y la ausencia porque en tiempos de pragmatismo y de lo políticamente correcto, figuras como la de la María Eugenia nos hacen falta.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 16 de noviembre de 2003