Los primeros diez años del siglo que ya se fue, Tarapacá, la provincia, estuvo a merced, no sólo de matanzas como lo fue la de la escuela Santa María, sino que también de pestes, como la bubónica. Las pésimas condiciones higiénicas en que vivían nuestros antepasados, ayudó sin duda, a propagar enfermedades como la peste ya señalada.
La prensa de la época da cuenta de ello. También lo hace la literatura. La poesía obrera de Tarapacá, divulgada en medios escritos, y que ha sido recopilada por Sergio González, María Angélica Illanes y Luis Moulián, en el “Poemario Popular de Tarapacá 1899-1910”, y por Ricardo Pérez en su “Poesía Desprotegida”, señalan la existencia de este fenómeno sanitario, entre otros.
Sin embargo, los poetas populares se rebelaron. Desconfiaron de su existencia y la vieron como un forma más de control político. Dicen algunos poemas, por ejemplo: “En Iquique, los doctores/ tienen poder exclusivo/ para matar a los vivos/ con sus malditos bubones/ Por órdenes superiores/ ó más bien dictatoriales/ por más que sepan los males/ que algún enfermo adolece/ dicen luego que es la peste/ varios hombres criminales” Escribe el poeta Sagasquino.
La poesía popular es un buen instrumento para entender un poco más como la peste bubónica hacía estragos en la ciudad de Iquique, ya sea por su propio poder destructivo, o bien por el uso que el poder político hacía de ella. El ya citado poeta Sagasquino dice: “Calles O’Higgins y Riquelme/ han sido las otras calles/ que sin saber los detalles/ mandó Urzúa: ¡que se quemen!/ Los que enfermedades tienen/ por más que estén medios vivos/ y así por cuyo motivo/ los doctores al momento/ dijeron por todo el puerto/ bubónica se ha esparcido”.
En un ambiente convulsionado por las desigualdades sociales de la época salitrera, los poetas -intelectuales orgánicos del pueblo- esparcían sus versos punzantes y denunciaban la alianza entre el poder político y la medicina. Los médicos operaban, en el doble sentido de la palabra, como higienizadores del orden social y del orden personal. No es casual que la peste la contrayeran los más pobres. No es casual que a los problemas sociales se le llamase patologías sociales. La consecuencia es evidente, es la medicina la que sana no sólo el cuerpo del individuo, sino que también el cuerpo social.
El poeta Felipe Garcés en el “Grito Popular: acusa al intendente de la época de inventar la enfermedad. Exclama: “El terrible Urzúa Gana/ un flagelo nos brindó/ Bubónica declaró/ de la noche a la mañana/ Hasta desquitar en gana/ está haciendo muchas víctimas/ Debemos de reclamar/ al jefe de la nación/ Ya es tiempo que con la unión/ hagámosno respetar”.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 7 de septiembre de 2003