Las filas para vacunarse sólo se podrían comparar con aquella que los peregrinos realizan para saludar a la virgen en el pueblo de La Tirana. Prueban esas largas colas, tres actitudes. Una de ellas, es nuestra costumbre de dejar las cosas para última hora, la falta de una política de vacunación masiva por parte de las autoridades, y de la inmensa atracción que genera el 16 de julio.
El año festivo de los iquiqueños se divide en dos: antes y después de esta masiva celebración religiosa popular. Las redes populares y las sociales, léase facebook, se nos llena de plegarias y de avisos en torno a la “China”. El pequeño pueblo crece exponencialmente. Iquique lentamente se va despoblando, quedan los ateos y los evangélicos. Desde Santiago se propaga la idea de que por la influenza, caemos fulminados como moscas. El centro nunca ha entendido a los tarapaqueños, como nos llamábamos antes. El desierto, la pampa para nosotros, los asusta. Es que les recordamos que nuestras raíces tienen más de 10 mil años de historia.
La Tirana es una fiesta andina y popular que rompe las rígidas fronteras de la nación. Y si existe algo que asusta al poder de la capital, con sus surcusales en la región, es precisamente la articulación entre lo andino y lo popular. La fiesta es la democracia de los pobres. Allí, se recrea al interior de cada baile religioso, el sentido de la comunidad. Se despliegan durante todo el año una serie de estrategias para cumplir de buena forma los compromisos contraídos.
Que el calendario marque rojo ese día, iniciativa de Ramón Pérez Opazo, señala el peso que posee, sobre todo para el mundo andino y popular del norte grande, esta celebración. La Tirana, sigue siendo una de nuestras señas más profundas de nuestra identidad cultural.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 14 de julio de 2013, página 14.