Las ciudades hablan. Hacen estallar sus voces en los edificios que levantan o en las casas que pintan. El que pinta la casa habla por ella y el que la raya habla por el grupo que representa. Son voces que se estampan silenciosas, pero que requieren atención.

En mayo y en septiembre ambas fechas de nuestras fiestas patrias, el ciudadano acudía presuroso a la ferretería cercana a comprar la pintura, la lija, el diluyente y las brochas. Lo demás estaba en la casa, las escaleras, los ayudantes, el waipe. Este ritual iba acompañado además de la tenida nueva. Era la fiesta y había que estar acorde con esas fechas que rompían la rutina de los días planos de una ciudad también plana.

Una mano de pintura, aunque sea tipo “manito de gato” servía para mostrarnos risueños y coquetos antes los demás. Una casa bien pintada siempre hablaba bien de quien la habitaba.

Iquique fue siempre una ciudad pintada con colores alegres, vistosos, tropicales. Era la forma de darle el colorido que el cerro, nuestro telón de fondo, no tenía. Era una forma de decirle a la naturaleza, lo que usted no pudo señora, lo podemos hacer nosotros; como los bailes religiosos que hace estallar de colores la pampa del Tamarugal; como los deudos del Cementerio 3 que ponen guirnaldas y tarjetas con sonidos musicales a sus muertos, para darle más vida a esa vida que vive en el camposanto.

La infancia de los años 60, rayaba en las paredes las siglas de Walt Disney. En ese entonces era una herejía. O bien el lacónico, pero eficaz: “Pico para que el que lee”. Otro insulto a nuestra masculinidad, en construcción, como se dice ahora.

En el sector sur de la ciudad una torre de departamento fue bautizada como la casata. Una ensalada de colores, desaliñada por cierto. Pintar la casa es un estado de ánimo. Pintar la ciudad también.

Iquique es una ciudad sitiada por rayados de todos tipos. El dueño o dueña de casa debe atrincherarse en sus cuatro paredes. Otras voces habitan en las paredes o en las fachadas del puerto. Ya no es sólo el grafiti. Es también la propaganda y la publicidad. Enorme torres de fierro se levantan para ofrecer sus productos. Y a cuidarse que ya vienen los candidatos con sus promesas de todos los colores. Y una de esas promesas es borrar lo que ya rayaron. Aún es posible ver el apellido de un candidato, que sin mucha fortuna, trató de ser regidor. Treinta y tres años van desde entonces.