Cuando Lavín irrumpió en la política, no sólo inauguró un nuevo liderazgo,  que se caracteriza por la cercanía y que la Bachelet tan bien representa. Además se apropió de una palabra que hasta ese entonces era patrimonio casi exclusivo de la izquierda: el cambio.  Esa palabra que asusta y motiva a la vez, se convirtió en la piedra angular de una campaña, que sin embargo, no le dio para vencer.

Ahora en estos meses en que la Concertación ha estado enfrascada en quien lo va a representar, aparece otra palabra, versión más liberal del cambio: el progresismo. Y el sector que monopoliza lo que ese concepto quiere decir, se sitúa en la izquierda concertacionista. Son los socialistas, los pepedé y los radicales quienes se autodefinen como progresistas. La pregunta es obvia ¿qué es ser progresista? Me temo que no hay una respuesta. Y que al igual que el cambio, el uso, mal uso o como quiera que se le llame, terminó por desnaturalizarlo.

El progreso, palabra que recién se acuñó durante los siglos XVIII y XIX, se enmarcaba dentro de un paradigma que enfatizaba, gracias a los grandes inventos tecnológicos, que la sociedad humana avanzaría cada vez a destinos mejores. Y que el ser humano, vaya ingenuidad, era por naturaleza bondadoso.  Desde ese entonces se usa, sin medir sus consecuencia. Estar contra el progreso, parece ser actitud de mentes conservadoras y reaccionarias. El siglo XX mostró cuan falsas eran esas ideas.  Hitler y todos aquellos que lo imitaron, sean de izquierda o de derecha, demostraron lo ingenuo que fueron los filósofos del siglo XVIII. A nombre del progreso se convirtieron los peores crímenes contra la humanidad.  Aunque Goya ya había avisado: «el sueño de la razón produce monstruos».

Volvamos a lo nuestro. En nuestro país, y según ese raciocinio, y esto no hay por que decirlo, la derecha sigue sosteniendo el conservadurismo. Pero, al interior del bloque del Arco Iris, la DC parece representar al núcleo no progresista. Y esto es por cierto muy discutible.  Cuando Frei Ruiz Tagle, plantea que el Estado debe estar más presente en la vida pública: educación, transporte, seguridad social, etc, lo que hace es retomar una línea que los anteriores gobiernos han olvidado.  Se olvidan, incluso, los «progresistas» que han sido más neoliberales que los mismos neoliberales. Y esa es una contradicción más que evidente.

Más allá de todo, hay que recordar que el modo en que usamos las palabras revelan quienes somos. Y no son neutras, sobre todo aquellas que dicen relación con nuestra compleja vida social.  El progreso se ha convertido en una palabra cliché que como tal no dice nada.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 11 de enero de 2009