Las ciudades en su arquitectura cultural, por lo general, cuentan con barrios o calles donde el visitante puede encontrar libros usados. En Santiago, por ejemplo, San Diego, por solo nombrar al más conocido, constituye un lugar atractivo por ofertar, precisamente aquellos libros que en las llamadas “librerías nuevas” no se encuentran. En ese barrio capitalino, la tienda de Octavio Rivano es, a mi juicio, la mejor, y su dueño uno de los que más saben acerca de este rubro. Allí uno encuentra lo que jamás se imaginó. Por ejemplo, una novela inédita de Luis González Zenteno, escrita a máquina.

De las tantas cosas que nos faltan como ciudad patrimonial, un barrio de libros antiguos nos pena. O una calle, o bien una feria dominical, pero digna tal como la feria de la calle Estado en la capital. Por eso hay que destacar la experiencia de la Feria del Libro Usado que cada año se instala en Iquique, gracias a la Zona Franca, a la ≥ Universidad Arturo Prat y a un conjunto de libreros (por que no llamarlos gestores literarios). Liderado por el poeta Juvenal Ayala, cada mes y en julio, y en forma religiosa, nos ofrecen joyitas de la literatura. Desde hace cinco años que nos acompañan. Los que van de peregrinaje a este mall, tienen la posibilidad de comprar, aparte de un microonda o de una linterna (bien demandado junto a las pilas después del sismo del 13 de junio), un libro de Jorge Inostrosa, o un ejemplar de la revista “En Viaje”, o un cotizado “Estadio” en cuya contraportada aparece Jaime Silva, el “Chita”, uno de nuestros tantos orgullos.

Una ciudad se define también por el trato que le da a sus libros. Por la capacidad que tiene para abrir espacios donde hombres y mujeres puedan hojear, oler y leer parte importante del patrimonio literario. Aceptemos ya como un hecho consumado los parques temáticos. ¿Y por qué no parques culturales? La calle Baquedano está llena de gente en la mañana y tan vacía por la tarde-noche, es el espacio ideal para eso. Pero, (¿que sería de la vida sin los pero, los no obstante y los sin embargo?), falta la voluntad política que se traduzca en no querer monopolizar la actividad; la humildad para entregar recursos en la que sólo la ciudad y los turistas se beneficiaran. Y esto es lo más importante, dignificar la labor de los libreros. En otras palabras, entregándoles stands cómodos y bellos. ¿No es pedir mucho no?

El libro ese depósito o almacén donde la ficción y la realidad dialogan, nos recuerda la naturaleza humana. Esa que gracias a la escritura ha permitido la continuidad de buena parte de nuestras formas de ser. La quema de libros tan natural a Hitler, Pinochet y Pol Pot, ha merecido el repudio de la humanidad, por la sencilla razón que el libro, sea bueno o malo, es la expresión más sublime de la naturaleza humana.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 10 de julio de 2005