Las ciudades tienen siempre un algo que las hace diferentes. Trabajar ese algo es el tema de la identidad y de su otra cara, el patrimonio. Las ciudades tejen de un modo casi invisible un entramado en que nos reconocemos. Las calles de la infancia nos son familiares y por lo mismo, nos sentimos a gusto. Iquique, por ejemplo, formado sobre los ejes de la calle Tarapacá con Baquedano, forjó un itinerario de cerro a mar y viceversa. Transitar por ahí era la forma de visibilizarnos. Desde la calle Juan Martínez, se «bajaba» al centro. Paralela a Tarapacá, la calle Zegers era la otra referencia. Cerca del mar el Veteranos del 79 y al oriente el Cementerio 3. Subíamos, a casa, por la calle Bolívar. Las calles más largas, aquellas entre Amunátegui y Juan Martínez, y con hambre eran más largas aún.
La forma de entender la trama urbana de los años 60, se consigue reconstruyendo los recorridos de liebres y góndolas. El transporte público es una de las mejores formas de cartografiar la ciudad. La relación con los choferes hablaba de un Iquique a tamaño ideal para generar confianza. Los conductores usaban gominas pero no escuchaban radio. Tiempos en que las micros interurbanas tenían nombres como «El Limón», «Don Pepe», «El Rural» y el ya clásico camión «7 Machos». Queda solo «Carmelita», «Ramos Cholele» y «Cuevas y González». La agencia Romero, atendida por su dueño con bella caligrafía, poblaba los pasajes con letras rebuscadas. Ni que decir cuando anunciaba la llegada y salida de los buses. Y los taxistas eran un gremio creible. Mi padrino Guillermo Flores, uno de ellos, hizo del servicio público casi un apostolado. Tenían paraderos con teléfonos de tres dígitos.
La ciudad tenía sentido. Sus calles lógicas: sabíamos que la góndola bajaba por Serrano y enfilaba a Cavancha. «Dios es mi copiloto» era la sentencia que aseguraba llegar sano y salvo. Los coches Victoria, las góndolas, las liebres, las Nissan, son parte de una ciudad que ya no se reconoce. Una ciudad sin transporte público de calidad es una ciudad no democrática.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 29 de junio de 2015, página 13
Carta de Juanito Avalos sobre los recorridos. Gracias Juan
Estimado Bernardo, no creo que lo tenga pero echaré mano a la memoria.
Recuerdo que había 2 recorridos de «góndolas» y ambos partían desde el terminal de Cavancha donde luego construyeron unos edificios de 4 pisos.
Uno de los recorridos partía de allá por la Avenida Balmaceda, tomaba Baquedano, Tarapacá subía hasta la calle del Hospital y doblaba a la derecha una o dos cuadras, luego tomaba en dirección al Telecomunicaciones y torcía hacia el sur me parece que hasta Manuel Rodríguez (puedo estar equivocado), luego bajaba hasta Ramírez donde retomaba la avenida en dirección al terminal. (podría olvidar algún detalle, pero es lo que recuerdo de ese recorrido).
El otro también partía de Cavancha hasta las 5 esquinas, tomaba Vivar y me parece que hacía el recorrido inverso, o sea subía por Manuel Rodríguez hasta la calle del tele (actual Salvador Allende), bajaba Thomson hasta la calle del hospital y doblaba por Serrano hasta Aníbal Pinto, llegaba hasta la plaza Prat, torcía por la calle del Teatro Municipal, luego Baquedano, Avda Balmaceda para finalizar en el terminal de Cavancha.
Me parece que así era. No podría asegurarlo tajantemente.
Si encuentras otras opiniones, considéralas.
Atentos saludos desde el frío Santiago y el correspondiente abrazo de tu amigo y compañero liceano.