Usamos malas palabras a diario. Lisuras le llaman los peruanos. Mal hablados, nos decían las señoras de la decenas de Sociedades Mutualistas que en esos entonces tenían sus puertas abiertas. Eran palabras que no se aprendían en la escuela, pero si en el recreo y se distribuían por el barrio como quien esparce una mala noticia. El diccionario del barrio era ancho y propio. Estaba escrito con voces, a veces en susurros en otras a grito pelaó. Una de esas palabras, usada hasta el día de hoy, en la clandestinidad de la memoria es chuto. Alguien me contó esta anécdota, que paso a relatar.
Tenía un sentido del humor, de eso que llaman negro. Se reía de todo. No dejaba títeres con cabeza. Hasta el mismo Dios, fue objeto de sus chistes. Pero nadie esperaba que antes de morirse segundo antes, siguiera fiel a su tradición.
Levantó su brazo para llamar a su hijo mayor. Toda la familia esperaba que en cualquier momento muriera. Su esposa, interpretó sus gestos y dijo en voz alta: «Tu padre quiere decirnos algo». El hijo mayor se acercó al lecho en el que yacía su padre moribundo. Puso su cabeza cerca de la boca de su padre, y éste dijo, no una frase célebre sino que una sola palabra. Palabra de cinco letras, pronunciada lentamente: chuto. En acto seguido, y casi muerto de la risa, murió.
La palabra chuto es quechua. Aparece en la novela «Los ríos profundos» de José María Arguedas. Es la primera vez que la encuentro escrita. En el léxico popular nortino es sinónimo de pene. En el idioma japonés hay un nombre que suena como esta palabra Shutto. Aparece también como apellido.
Habría que agregar compañones, la forma casi tierna que se tenía para nombrar a los testículos. Poética casi, ya que se refiere a dos que son inseparables.
Malas palabras, habitantes de esa infancia en blanco y negro, con profesores estrictos y calles libres, con perros sin chips, con garrafas de quince litros para ir a la playa, con tiendas como El Faro, El Tigre y El Mono Panchito.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 5 de mayo de 2019, página 13