Agosto otro mes de devoción popular. Lolo, así llamado por sus fieles, altera y para bien, nuestra vida cotidiana. Sus colores invaden la ciudad, el desierto y en el pueblo de Tarapacá, el paisaje sonoro rompe la calma de ese poblado de antigua data, asentados ahí motivados por la domesticación de plantas. En otras palabras, por la agricultura.
La vida del santo en estas tierras es la de un testigo presencial de nuestra historia. Lorenzo, va paso a paso, convocando a sus devotos. Ya sea como fiesta patronal, fiesta minera en el ciclo de la plata y luego salitrero, de la crisis, del ciclo pesquero, la Zofri, de la nueva minería y del auge del comercio informal como un nuevo modo de producción, o mejor dicho, de circulación.
El Lolo es un santo que convocado a llevar sus tesoros para la iglesia de esa época, moviliza a menesterosos, enfermos, pobres y los congrega en una plaza. Lorenzo exclama aquí está tu tesoro. Por ese acto, es condenado a la hoguera. Es un santo rebelde que milita en lo que se llamó cristianismo primitivo, no el de Roma. Y además por decirlo en términos actuales es un santo inclusivo y de la diversidad.
Su templo ha sido devastado por terremotos e incendios, en la guerra del Salitre fue sacado del templo y llevado a un escondite. Más que castigador, según la expresión de Braulio Olavarría, ha sido castigado.
La devoción popular en el Norte Grande de este inmenso país, se caracteriza por la cercanía entre, en este caso, el santo con su pueblo. Llamarlo Lolo es romper las barreras formales del protocolo. Nombrarlo Lolito es señal del cariño. Hay que tocarlo, hay que mirarlo con profundidad. Es un compadre paleteado y como tal hay que cumplirle. La China es la madre, el Lolo es el compadre. El cachimbo que enseñaba Gladys Albarracín, cada 10 de agosto, es el tributo al santo que se ha quedado a vivir en el silente pueblo, escenario de una larga y rica historia.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 6 de agosto de 2023.