Los años ochenta en Iquique es estructuran en torno a dos hechos fundamentales para la vida de los iquiqueños. Ambos acontecidos en la década anterior.  El primero tiene que ver con la violenta represión política que convierte a Pisagua, una vez más, en un campo de concentración, con todas las secuelas que ello implica. El segundo dice relación con la instauración del régimen de Zona Franca, y lo que ello significa: la masificación del consumo. La Zofri opera como un bálsamo para olvidar la pesadilla de la dictadura.

Son los años en que se escucha en forma clandestina al Quilapayún, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre otros. Años en la que el otro Rodríguez, José Luis, movía a todo el país con su “Pavo Real”. “Hipocresía” una canción de amor interpretada por “Los Pasteles Verdes” de Chimbote, provocaba una danza de cervezas sobre los manteles  de hule de la fuente de Soda “Erica”. “Born in the Usa” o bien “Dancing in the Dark” de Bruce Sprinsgteen, nos traía un nuevo sonido del rock. Las noches de Iquique, de los años 80, eran noches furiosas. En la boite “Domino’s”, o en el Cesar´s” la bohemia elegía que tipo de whisky quería consumir.

Y los días también lo eran. La Zofri, nos enfrentó a la posibilidad cierta de hacer realidad lo que ni siquiera imaginamos que pudiéramos obtener, el automóvil, por ejemplo. La famosa piscola fue reemplazada por el whisky. La ciudad, al igual que  a comienzos del siglo XX se llenó de rostros nuevos. Esta vez venían de Taiwán o de la India. Los más pobres con más entusiasmo que ropa en la maleta, se trasladaron de Vallenar, Ovalle y de más al sur, Gorbea, por ejemplo. Eran los nuevos enganchados, pero ya no del salitre, sino que de la Zofri.

“Nos llenamos de afuerinos” decía la voz iquiqueña apagada por el ruido de los autos japoneses. Por eso que en los años ochenta, en el deporte en general, y en particular, en el fútbol, los iquiqueños encontraron el modo de expresar una vez su descontento. Era, y en eso hay que ser claro, un descontento que se alojaba más en lo simbólico y remitía al inconsciente de una ciudad que veía como se transformaba de caleta en puerto. “Deportes Iquique” nos mantuvo por cerca de una década, la de los ochenta, unidos en torno a una práctica masiva y popular. En el viejo Estadio Municipal, “la celeste”, auspiciada por “Sony Cantolla”, supo congregar a diez mil iquiqueños que gritaban “Cuántos somos, cuánto estamos” como una forma de pasar  lista, en un asignatura en la que la identidad, con tanta Zofri y afuerinos, parecía condenada al fracaso.

En el extremo norte de la ciudad, la Zofri y su carnaval de baratijas ponía en duda una forma de vida comunitaria. En el extremo sur, en el Estadio Municipal, y domingo por medio, los iquiqueños reactualizábamos, ese espíritu de caleta que tanto nos identificaba. Dos polos opuestos que, sin embargo, con el tiempo no se tensaron, sino que se combinaron en la tensión paradójica de la caleta/puerto. Deportes Iquique expresaba la primera, mientras la Zofri, la segunda.

Los años ochenta en Iquique fueron de abundancia. Los equipos de sonidos, los televisores, las sábanas y un sin número de baratijas le otorgaron a los hogares de la ciudad un aire especial. Era como si el salitre hubiese renacido. Pero también, el dolor se desplazaba casi clandestinamente por las calles aún con veredas de maderas. Los muertos de Pisagua y los desaparecidos clamaban por un funeral como Dios manda.

Emmanuel cantaba su “ahora me voy, no me lo repita” y Giani Bella, quería cantar sólo en el piano y que nadie lo molestara. “Frecuencia Mood”, dos mujeres, como si nadie les creyera, interpretaban el  “Yo soy una dama”. Serrat nos entibiaba las tardes de otoño con su “En tránsito” mientras que Patricio Manns, desafiaba con su tema “La muerte no va conmigo”.

En el viejo estadio los pacos, cada domingo por medio,  eran recibidos con un “Lonquén”, “Lonquén, “Lonquén”. Y de lunes a sábado, en la Zofri, ya sea en los “módulos de cristal” en las ferias de las decenas que se abrieron, o bien sobre el cadáver de la cancha del Iquitados, al comprar, gritábamos: “Taiwán”, “Taiwán”, “Taiwán”.

En los ochenta además, empezaría a nacer ya sea por la expulsión de los habitantes pobres de Iquique, o bien por las tomas de quienes venían de otros lugares, Alto Hospicio. Los años 80, en el mes de enero, una fuerte explosión nos despertó, eran las bombas de racimo de Cardoen.

Desde el hoy de este siglo que recién tiende sus hojas del calendario, los ochenta en Iquique, son una mezcla entre la abundancia oferdada pr la Zofri,  y la ausencia de los fusiladaos en Pisagua, los desaparecidos y los exiliados, entre lo popular simbolizado en “Deportes Iquique” y la bohemia desenfrenada. Del otro Iquique, aquel que brindó con champagne para el 11 y que se enriqueció con la Zofri, poco se sabe.